miércoles, 15 de febrero de 2017

Elsbeth, el recuerdo y el acuerdo

La muerte de nuestra vecina Elsbeth nos ha reabierto un debate que teníamos un poco aparcado hace tiempo: ¿Cómo afrontar nuestra despedida con dignidad, sabiduría y calma?

Elsbeth era una mujer independiente, con estilo, autosuficiente, singular. Su modus vivendi en perfecta armonía con la naturaleza y con el meollo de la vida hicieron de ella una persona especial. Una mujer con una capacidad para estar en situaciones donde hay que estar y una capacidad para desaparecer, echarse a un lado, cuando hay que hacerlo. Esas son, a nuestro juicio, las mejores cualidades de un vecino; y por extensión, las de un familiar o amigo.

Elsbeth nos había avisado de su despedida hacía ya un buen tiempo. Y lo hizo a su modo, de la mejor forma: se asomó a la valla que separa nuestras casas para saludarnos y preguntarnos qué tal había ido el día. Nadie nunca nos había hablado de su propia muerte con tal aplomo, seguridad y cierta felicidad. Nos compartió su destino con una naturalidad envidiable. Aquellas palabras que transmitió e hizo llegar desde su parcela a la nuestra fueron las más cálidas que hemos escuchado nunca. Y para que no quedara duda de su propósito, las acompañó con su eterna sonrisa, plácida.

Después de conocerla, esa valla siempre nos pareció imaginaria, metafórica. Era solo una línea que obligatoriamente debe existir entre dos mundos, el margen al que debe asomarse alguien cuando se le pide y retirarse cuando haga falta. 

El primer legado que nos ha dejado consiste en recordar, recordar lo importante. Es decir, volver al significado etimológico de la palabra recordar: traer al presente desde el pasado algo habiéndolo hecho pasar por el corazón. Es una pena que el significado de esta palabra haya evolucionado tan desfavorablemente en nuestro idioma, que se haya perdido esa creencia de que el corazón es la sede de la memoria. Ortega y Gasset lo dejaba perfectamente plasmado en su obra: "El yo pasado, lo que ayer sentimos y pensamos vivo, perdura en una existencia subterránea del espíritu. Basta con que nos desentendamos de la urgente actualidad para que ascienda a flor de alma todo ese pasado nuestro y se ponga de nuevo a resonar. Con una palabra de bellos contornos etimológicos decimos que lo recordamos —esto es, que lo volvemos a pasar por el estuario de nuestro corazón—".



El segundo legado ha dado como resultado un acuerdo. Elsbeth no era una mujer religiosa, pero era enormemente espiritual. Sus ejercicios semanales de relajación y de contacto con la naturaleza se trasladaban hasta nuestra casa y se colaban en nuestro hogar. Aún hoy siguen llegando y lo seguirán haciendo por siempre. Por ello, hemos vuelto a echar mano de la etimología y del significado histórico de la palabra acordar: unir los corazones. Unir los corazones para hacer juntos el recorrido.

Por todo ese legado, estamos totalmente agradecidos.

Gracias, Elsbeth. Y buen viaje.

Hemos acordado recordarte siempre.

4 comentarios:

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    1. ORIENTE
      Esta dulce sensación
      de haber dejado atrás las ambiciones
      y ver, al otro lado del espejo,
      el amanecer de una vejez siempre añorada.
      Esta dulce sensación
      de flotar inerte en el río del tiempo,
      esperando,
      en las tranquilas aguas de la desembocadura,
      el abrazo definitivo del océano.

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  2. Creo que esa es una buena definición (y además poética) del legado que se quiere expresar

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