martes, 23 de junio de 2015

Musicomicircus

El Palau Sant Jordi se vistió de gala para recibir a la banda de rock más caliente del mundo. Tras el ascenso a Montjuic, casi con la puesta de sol, el bocadillo de butifarra y la cerveza fría proveniente de unas manos del este de Europa, nos dirigimos hacia el pabellón. Estricto y correcto control de seguridad, y adentro. A la cabeza se nos vino el concierto de Scorpions del año pasado en Vista Alegre: allí todo fue confusión, colas serpenteantes y kilométricas (literalmente) que nos introdujeron en el barrio de Carabanchel, entrada al recinto cuando ya estaban acabando los teloneros, indicaciones confusas y personal casi inexistente. En fin, en el Palau fue todo lo contrario: fácil acceso, información y seguridad en todos lados. Menos mal que los Escorpiones nos hicieron olvidar rápidamente todo aquello.

A la hora en punto, los teloneros Dead Daisies salieron a escena. Difícil papeleta la de abrir para una de las grandes bandas de la historia del rock. Comandados por John Corabi (Mötley Crüe) y Marco Mendoza (Thin Lizzy, Whitesnake), quien tomó las riendas para interactuar con el público en su español chicano, se esforzaron en calentar motores durante sus 45 minutos de actuación. Con su hard rock angelino nos devolvieron a los locales de finales de los 80 de la costa oeste americana. La banda traía consigo a dos miembros de los actuales (y nefastos) Guns N´ Roses, el teclista Dizzy Reed y el guitarrista Richard Fortus, quien puso la imagen, las ganas y el desenfado sobre el escenario. Un grupo que es totalmente desconocido por estos lares, algo que supone un reto difícil de superar. Para paliar estas dificultades Mendoza recordó que "agarraran" su nuevo disco cuanto antes y se marcaron un par de clásicos que dejaron a la gente bastante satisfecha: Hush, el tema de Joe South popularizado por Deep Purple, y el archiversionado Helter Skelter de Beatles.



A estas horas, las gradas laterales ya estaban a tope de gente, no así la pista.

Faltaban tres minutos para las 9:30. Telón arriba con el nombre de la banda, esa marca que ha vendido y sigue vendiendo millones de objetos de merchandising. Suena por megafonía el lema del grupo: You wanted the best, You've got the best, the hottest band in the world... Kisssssssssssss.



Cae el telón, los acordes de Detroit Rock City resuenan acompañados por las primeras explosiones de la noche y confunden el sonido hasta casi el final de la canción. Sin descanso y con la ayuda de un genial equipo técnico, Simmons interpreta Deuce salvando la siempre difícil entrada. Mueve su cabeza de forma diabólica y teatral, estampa a la audiencia su ya clásico I wanna hear you entre estrofa y estribillo, le regala al público su encantadora mirada asesina y su lengua parece lamer la cara de todos los asistentes. Las cosas se ponen en su sitio.

Pero realmente, hasta que no sonaron los primeros acordes y versos de Psycho Circus, no nos dimos cuenta del mensaje y significado de aquel espectáculo: Hello! / Here I am! Here we are / We are one/ I've been waiting for this night to come / Get up! Now it's time for me to take my place / The make-up runnin' down my face / We're exiles from the human race / You're in the psy, You're in the Psycho Circus / I say Welcome to the show. Un despliegue absoluto de pirotecnia, luces, láser, brillantina, disfraces, maquillaje, papeletas que vuelan por los aires, cámaras que captan todos los detalles y que, a través de las enormes pantallas situadas estratégicamente, trasladan al público al escenario y acercan el escenario al público.



Sin duda alguna, el mejor de la noche fue Gene Simmons, el Demonio. Perfecto en la interpretación vocal, que alcanza casi el 50% del set. Dinámico en el escenario, lanza fuego por su boca y toma entre sus vampíricas manos una espada-antorcha que clava en medio del escenario para calentar aún más al encendido público. Tras la celebrada y coreada Lick it up, su personaje comienza a actuar desafiando al público con miradas que acompaña de rugidos que provoca su distorsionado bajo. Y tras escupir sangre por la boca y manchar la parte delantera de su traje, vuela a una velocidad endiablada hacia lo alto del pabellón para posarse en una plataforma desde la que comienza a interpretar God of thunder. El corazón se nos encogió. Juraríamos ante Dios que voló de verdad.



Paul Stanley hizo de maestro de ceremonias interactuando verbal y físicamente con el público. Introdujo cada tema en su contexto histórico, clásico tras clásico: I love it loud, War Machine (respaldada por un fantástico vídeo en la pantallas), Do you love me, Calling Dr. Love, Cold Gin o un grandioso The Creatures of the night... Habló del tamaño de sus plataformas, nos hizo competir con las gradas para ver quién aullaba más, nos mostró a través de las cámaras a la enfurecida Kiss Army española, agradeció nuestra asistencia y nos hizo creer (así lo aseguró) que el rock and roll estaba allí para nosotros, para "Baselona" (según dijo). Surcó una vez más el cielo blandiendo sus "armas del amor" para regresar con el "diamante negro" entre sus manos. Ya en la plataforma central que da vueltas como un tiovivo, a escasos diez metros de nuestra posición, se engancha la guitarra y exhala los primeros versos de Love Gun: I really love you, baby / I love what you've got / Let's get together, we can...get hot. Fue ahí cuando se pudo confirmar lo que ya se venía apreciando: su voz de agudos inalcanzables ya no es la que era. El muy listo dosificaba al máximo sus vocales y, cuando no llegaba a la octava alta, bajaba dos más. El muy seductor se mordía el labio, movía su cadera con sus típicos saltitos juveniles, guiñaba el ojo o enviaba un beso con la púa entre sus dedos. Más que suficiente para enloquecer al público y hacerle cantar hasta la extenuación. El héroe regresa al escenario tras su baño de masas a través de la tirolina mientras Eric Singer interpreta Black Diamond y su batería se eleva en una plataforma a lo más alto. No hay tregua.



El solo de batería de Singer consiste en tocar toda la cacharrería que tiene armada mientras la plataforma sube y baja. El solo de guitarra de Tommy Thayer, por llamarlo de alguna manera, se limita a excretar una escala tras otra sin ningún rumbo aparente, pendiente de que salgan despedidos los cohetes que tiene insertados en el mástil. Poca cosa para un buen guitarrista. Su duración es breve y no enturbia el espectáculo. Se toma más como el merecido descanso de unos señores de 63 y 65 años.

Los cañones de fuego se activan a la vez que Eric Singer golpea la caja y la traca de petardos no permite ninguna distracción sobre el escenario. El grupo se retira y regresa a escena rápidamente. Saludan y ataviados de sus instrumentos nos dan la última y esperada descarga: Shout it out loud, I was made for lovin´you y la festera Rock and roll all nite, con la que el público se desgañita finalmente bajo la lluvia de confeti que inunda el pabellón.

Las 11:00 de la noche. Una última caña en la barra del fondo mientras suena God Gave rock and roll to you II y con la sensación de que el espectáculo ha sido corto pero intenso.

Si te gusta la música, puedes escucharla. Si te gusta el cómic, puedes leer uno. Si te gusta el circo, puedes acercarte a la carpa. Si te gustan las tres cosas a la vez, tienes que ver a Kiss: Welcome to the show.