jueves, 28 de diciembre de 2017

Espero que no vuelva




¿Qué pasaría si Hitler no hubiese muerto en aquel búnker en 1945? ¿Y si se hubiese quedado dormido, criogenizado y, por algún motivo desconocido y manera extraña a nuestro entender, apareciese en mitad de Berlín en el año 2014? Y lo que es peor, ¿y si una vez aquí, entre nosotros, lo tomásemos por falso, como si fuera un actor de método?

Este es el arranque de una curiosa película producida en Alemania, mezcla de drama, sátira y humor, que nos presenta una Europa actual desorientada. La historia se presenta bajo la atenta mirada y el análisis clínico del dictador. Para ello, la cinta está grabada casi en su totalidad con cámara subjetiva y con un formato de falso documental que le añade un enfoque mucho más verosímil. Un guion genial, basado en la exitosa novela de Vermes Timur, cargado con una crítica ácida que es imposible no relacionarla con aquella otra obra maestra del cine alemán que es Good bye, Lenin!

El descontento que se palpa en las calles a poco que Adolf Hitler remueva cualquier tema social le hace pensar que la situación es perfecta para su añorada intervención y sus ansiadas pretensiones. El clima es perfecto. Una dependienta de un restaurante, que procede del antiguo este de Berlín, explica los motivos por los que no va a votar: "Allí, arguye, votar consistía en marcar la X justo donde te pedían que la pusieses; ahora, en el sistema democrático actual, todos votan lo que quieren, pero luego los de arriba cambian de sitio la X y, al final, todo queda igual que lo que sucedía en el este". Escalofriante declaración. Un joven le comenta al dictador que él cree que el partido que gane debe decir lo que hay que pensar y hacer. "Esa es la democracia que a mí me gusta", le responde Adolf Hitler.

El Führer reflexiona sobre lo que va viendo y escuchando: "Reconozco que lo que más me ha sorprendido es la gente", "La gente me sigue porque en el fondo son todos como yo", "Había una ira contenida en el pueblo que me recordaba a 1930. Solo que ahora se le llama desencanto político". Con una facilidad pasmosa es capaz de sacar lo peor de la gente en la calle: la xenofobia, el racismo, la manipulación de los medios de comunicación. Sobre todo, esto último. El invento de la televisión le fascina. ¿Qué no hubiera podido hacer un megalómano de este calibre y su entramado propagandístico en la actualidad con tales herramientas en los medios de comunicación de masas?

Alguien que por un momento trata de tomárselo en serio le pide argumentos a sus deducciones y él no duda ni un segundo: "El sólido fundamento de mis convicciones me permite llegar sin esfuerzo a las conclusiones correctas". Qué pena que ya no existan sólidos fundamentos y convicciones como esta; y qué lástima que las conclusiones no sean otras.

La interpretación de Hitler por parte de Oliver Masucci (quien ha aparecido recientemente en la serie Dark) probablemente sea de las mejores hasta la fecha. Comparable a la de Bruno Ganz, que estuvo magistral en El Hundimiento. Quizás la de Masucci se muestre aún más natural, cotidiana, cómica si se quiere. Pero, ¿es que acaso el personaje del Führer no era un personaje cómico? Charles Chaplin lo demostró con exquisitez en la insuperable El Gran Dictador allá por 1940, en plena actuación del personaje histórico. ¿No ha sido siempre la comedia la más seria crítica de la realidad?


Estamos viviendo en un mundo donde se considera loco al que destapa la locura del que lo está realmente. ¿Buena parte de la población actual seguiría, una vez más, los ideales y acciones del nazismo en virtud de falacias y manipulaciones de la realidad? ¿No le sería fácil a un personaje de estos llevar a cabo sus pretensiones en la actualidad en medio de esta tremenda confusión? ¿Será acaso que en realidad ya está entre nosotros? ¿Habrá vuelto?

jueves, 9 de noviembre de 2017

El poema de la criada



La noche no cae, se levanta
Mi vida se diluye

viendo las vírgulas de agua rodar en el cristal

esperando a que mis ojos se adapten a la oscuridad
¿O quizás a la luz?
Me grito mentalmente
no puedo tocarme por fuera

El pequeño poder de no poder ser tocada
me regocija
Soy de alguien que impide ser de otros
Ellos fruncen el ceño, miopes de poder
un poder que no pueden ejercer

Pertenezco a alguien pero no soy de nadie
no lo entiendo
Soy pero no siento
siento que no soy por ello

Escapo hacia dentro
hacia el recipiente que soy
tocando todo el interior de mi cuerpo
comiéndomelo
comprobando que estoy viva
quizás simplemente que estoy

La voz aparece de nuevo
sin procedencia exacta
emana de las paredes de mi seno
"No dejes que te quiten lo de adentro"
Y me reservo
y tengo miedo
calculo y desaparezco

Vikowski

Puedes escuchar el primer programa aquí de El faro de la Atlántida donde se da una visión particular sobre el libro y la serie El cuento de la criada (primera parte) y el disco 1987 de Whitesnake (segunda parte) dentro de la sección Don´t Stop Believing.


domingo, 10 de septiembre de 2017

Miedos cotidianos. Desmemoria Blues

Solo se inventa mediante el recuerdo

Alphonse Karr

El otro día estaba leyendo un libro y algo hizo que me detuviese, algo que ahora mismo no recuerdo. Era algo que había leído y quería comprobar documentalmente. Como un resorte, cogí el móvil, como hago siempre, a modo de manual de consulta inmediata. Pulsé la barra de Google pero no supe qué teclear. El cursor parpadeaba, me miraba. Intuí que tenía la mano en la cintura, en forma de jarra, con un gesto de "estoy esperando", pero no pude contestarle. No supe. Volví al libro que me estaba leyendo. Era... ¿Cómo era el título? No recuerdo. Era una escritora danesa. O era una escritora francesa. Nada. No recuerdo nada. Ah, sí, eso, Nada, ese era el título.

Por la tarde, conversando con unos amigos sobre música, comenzamos a recordar influencias de unos músicos sobre otros músicos. Las canciones de las que hablábamos me recordaban claramente a sus intérpretes, a sus composiciones, pero no era capaz de recordar cómo se llamaban. Los veía en mi cabeza tocando en el escenario, pero ni rastro de sus nombres. Escuchaba sus acordes perfectamente, pero no era capaz de recordar ni un título. La conversación se paralizaba por momentos para esperar por mis referencias musicales, que no aparecían. ¡Qué imagen estaría dando, por Dios! Pero esto tampoco lo recuerdo.

Luego pasamos a las películas, y a las series de televisión, de las que solo fui capaz de recordar temáticas y argumentos, pero nada sobre los actores y sus interpretaciones. Justo cuando pasaban por allí unos familiares lejanos que decidieron saludarme, de los que no pude recordar sus nombres, un amigo me hablaba de otro amigo común del colegio. Me dio su nombre y características físicas y síquicas, pero mi cerebro no acercó imagen suya alguna.

Achaqué todo esto a la gran cantidad de información que se va acumulando en nuestros cerebros, la que acumulamos todos cada día, la que llega por todos lados desde que abrimos los ojos a primeras horas de la mañana, o de la tarde, o de la noche. ¿Estaría acercándose ese Alzheimer galopante que va invadiendo los discos duros de nuestra sociedad? ¿Quizás la culpable sea cierta bebida espirituosa que ingiere mi organismo en cantidades desproporcionadas de vez en cuando, o a menudo? No sé ahora mismo si lo achaqué a otra causa. No lo recuerdo.



El lunes pasado, sin ir más lejos, ¿o fue el viernes?, me preparé para salir de casa. Llamé al ascensor, llegué a la planta baja, abrí la puerta de la calle, recorrí dos manzanas y entré en una farmacia. El dependiente que estaba al otro lado del mostrador me indicó con un gesto que era mi turno, pero... Sí, así fue: arrastré una m larga buscando en mi cabeza el motivo por el que estaba allí, pero no surgió la más mínima idea. No sé cómo se me ocurrió, pero en unas décimas de segundo me vi contestándole al dependiente algo absurdo: "No se preocupe, estoy echando un vistazo". El hombre mostró un gesto forzado de complicidad, giró su cabeza para buscar a sus compañeros de trabajo y avisó con la mirada de mi presencia sospechosa en el establecimiento. Todo ello lo sé porque vi ese gesto a través del cristal del nuevo expositor de complejos vitamínicos. Al menos, eso es lo que yo recuerdo. Es sorprendente como la memoria difumina los hechos.

Anoche me llegaron a la cabeza, de pronto y sin avisar, una lista de títulos de libros y otra muy larga de nombres de músicos. Tenía todos los datos numéricos de la deuda económica de los países de la Unión Europea, podía recitar ¡de memoria! los miembros más destacados de la Generación del 27, la lista de clase de 8º de EGB con nombres y primeros apellidos, los títulos de canciones de más de trescientos discos con referencias de su autor y año de publicación, podía recitar diez o quince poemas de la historia de la literatura española, las alineaciones del Fútbol Club Barcelona de las últimas cinco temporadas, las mejores películas americanas con sus directores y actores principales, y hasta la tabla periódica de los elementos. Pero no pude recordar para qué recordaba todo eso. Era una llegada aterradora, más aterradora aún que la sensación de no recordar. Quizás porque empiezas a vomitar toda esa retahíla de súbito, sin más, y puedes llegar a parecer un demente.

Entonces pensé que todo podía estar motivado por una maniobra que había realizado hacía ya unos meses en casa. Decidí que era el momento de abrir espacio, de tirar a la basura todo aquello que ya no era útil. Pero este es un acto que sabes cuándo inicias pero no cuándo finalizas. El detonante está en tirar un viejo recuerdo: aquel llavero que te trajo tu hermana cuando fue de viaje a Alemania; una fotografía de aquella excursión que hiciste al parque nacional con un grupo del que ya no recuerdas la mitad de sus nombres; un horrible sacatapas que compraste en Portugal; ay, aquellas cintas de casete de toda aquella música generacional que sigue sonando en mi cabeza y en mi alma... En definitiva, que empecé a desechar cosas que entendí que eran inservibles sin darme cuenta de que, en realidad, lo que estaba haciendo era enterrando mis recuerdos.



Últimamente he decidido apuntarlo todo lo más rápidamente posible, pero creo que normalmente me olvido de hacerlo. Ahora mismo no recuerdo. Un amigo me dijo que no me preocupara, que eran tonterías mías pero, que si me quedaba más tranquilo, que se lo comentara al médico de familia en cualquier consulta rutinaria. Pero el caso es que siempre que voy a consulta me olvido de hacerlo. Ya ven, juzguen ustedes mismos si es para preocuparse o no.

Pero, ¿qué les estaba contando?

miércoles, 5 de julio de 2017

Taxistas del mundo y rock progresivo (Be Prog My Friend 2017)



Viernes. Baloncesto, proposición decente y rock

Tras tropezarnos varias veces con el "Chacho" Rodríguez en el aeropuerto de Los Rodeos, salimos con 45 minutos de retraso hacia Barcelona. La resignación pudo con nosotros al comprender que iba a ser imposible llegar a tiempo para ver la actuación completa de Mike Portnoy y su Shattered Fortress.

Pero es probable que el piloto se pusiese de nuestra parte pisando a fondo para recortar una media hora de vuelo. Todo se hizo un poco más llevadero y la tensión se rebajó bastante cuando una azafata le pidió matrimonio a bordo al sobrecargo y los pasajeros estallaron de júbilo entre un "quesebesen" unificado.

Rachid nos trasladó en taxi del aeropuerto al hotel. No hizo falta más que una pequeña indicación para que localizara en su cabeza la situación de la calle.

—Al llegar al hotel, ¿podría esperarnos unos minutos para seguir hasta el Pueblo Español?

—Sí, sí, claro.

Pero al llegar, Rachid nos avisó de que no podía esperarnos porque delante del hotel había una parada de taxis. No era legal.

Dionisio, el siguiente taxista de unos 60 años, continuó con la tarea tras registrarnos fugazmente en el hotel.

—¿Y qué hay en el Pueblo? —dijo sin ningún acento catalán.

—Un festival de rock progresivo, o sinfónico como se llamaba antes.

—Uf, vaya. ¿Y de dónde venís?

—De Canarias.

—¡Ostras! ¿Solo a eso? ¿Y sin las parientas? Sois mis ídolos...

(Risas extras)

Tras un momento de silencio y tras pasar la plaza de España, Dionisio añadió:

—Pues en Can Zam está el Rock Fest también.

—Calle, que lo sabemos, pero teníamos que decidirnos.

—Vienen los Deep Purple.

—Ya, ya, por eso.

—Y los Aerosmith.

—Sí, sí, para esos tenemos entradas en Tenerife el próximo sábado.

—No paráis, ¿eh? A mí los Purple me molan, los clásicos de AC/DC, los ZZ Top...

Dionisio nos relató que un cliente italiano le había hablado de un grupo del país transalpino que vienen a ser los homólogos de Barón Rojo y se ocupó de ponernos una muestra en el equipo de música de su taxi en un semáforo en rojo.

—Pero yo, por ir a conciertos, he ido hasta Joan Manuel Serrat. 11 horas me tuvo en cola la parienta para comprar las entradas. Bueno, a mí no exactamente. Yo iba a comprar bocatas y cervecitas para que no le faltara de nada. Bueno, aquí estamos, el Pueblo. Venga, dadle duro.

La plaza de El Pueblo tenía un aforo perfecto para moverse entre la gente. Y si hay que destacar algo de todo el fin de semana fue el sonido pulcro y afinado, certero y ajustado, en un recinto admirablemente sonorizado. El Poble Espanyol es un sitio perfecto para escuchar música en directo.

Aprovechamos para acercarnos hasta el escenario mientras el señor Portnoy bateaba sin descanso con su Tama las primeras canciones de su Twelve-step Suite. Esta exclusiva gira la hace junto a la banda inglesa Haken más el excelente guitarrista Eric Gillete (Neal Morse Band), quienes cumplen en la ejecución de forma extraordinaria. Eso sí, al vocalista de Haken se le vio a veces un tanto incómodo para llegar a las extremadas agudas notas de James LaBrie. Pero todo estaba muy bien pensado. Gillete, quien se desenvuelve muy bien en el aspecto vocal, aportó cuidado y finura a The Root Of All Evil. Portnoy, que evidentemente no es un cantante brillante, interpretó a las voces Repentance mientras marcaba ese contratiempo a la batería que le da mucha más emotividad a ese soberbio tema. Cuando ya se pensaba que estaba todo terminado y, a pesar de ser muy temprano, volvieron a salir a escena y movieron a la masa como se esperaba con una Dance of Eternity majestuosa, tema añadido a la suite que vale todo un concierto.

Marillion era otro de los platos fuertes del día. Las expectativas estaban altas y así se mantuvieron, hasta el final. Un histriónico Steve Hogharth, perfecto a la voz, subiendo y bajando mientras utiliza el falsete en su justa medida para dar dramatismo a las letras, iba perfectamente acompañado al bajo del talentoso y animado Pete Trewavas y de la elegante guitarra de Steve Rothery. Los británicos vinieron a presentar su última obra F.E.A.R. y por ello el setlist fue un 90 % de ese disco. El punto más emocionante fue cuando empezaron a sonar los acordes de The New Kings. Seguro que a alguno se le fastidió la próstata mientras escuchaba atónito el recital, pero no creo que le haya importado lo más mínimo.

Con un buen sabor de boca y pletóricos por lo que habíamos presenciado, nos subimos al taxi de Mustafá que nos llevó con corrección al hotel, sin incidentes y ahorrándonos algún euro en la carrera.



Sábado. Gastronomía, el problema del servicio público y sorpresa en el rock

Tras la inspección a la zona gastronómica de Sants, Norberto nos recogió en la estación no sin antes mantener una discusión bastante acalorada con otro taxista que le había indicado a quién le correspondía el turno. Por el camino, nuestro conductor hispanoamericano nos dibujó los entresijos del problema del gremio en Barcelona a través de un monólogo.

—Todo lo que nos está pasando en este trabajo es poco. Nosotros mismos no le paramos la bola a esa mierda y este que me acaba de decir le conozco yo bien y es un hijo de puta. Perdónenme la expresión, amigos. Le tocaba a él el turno, pero como ustedes los pasajeros no llevaban maletas, ya vieron que la colita era próxima y no les convenía. Si a mí me da igual, yo estoy trabajando y hago el servicio que me toca. Además, si yo ya tengo el día ganado, que he ido a Tossa de Mar. Bueno, amigos, aquí estamos, 6,25 €, y que se la pasen muy bien. Hasta luego.

Abrir un festival a las 17:15 de la tarde con todo lo que queda por delante es tarea ardua. Pero cuando una banda cree en lo que está haciendo y se preocupa al milímetro de transmitir al público sus emociones hechas canciones, el obstáculo es mucho menor. Con el sol todavía dando en la nuca, Jardín de la Croix salieron a mostrar su post rock atmosférico que llenó el recinto de sensaciones espaciales. Cada canción es un capítulo individual de una novela diferente. La banda pone toda la carne en el asador y por eso les ha llovido y le seguirán lloviendo ofertas internacionales. Es difícil destacar a un músico sobre otro, porque realmente son muy buenos todos, pero Israel Arias es un batería al que habrá que seguirle la pista. Por cierto, estuvo a nuestro lado un rato escuchando a Devin Towsend.

Toda la prensa alaba a Devin Towsend como un adelantado, un virtuoso y un gran compositor, pero cuando la propuesta musical no nos llega, pues no nos llega. Hasta aquí.

Según cuenta la prensa especializada, Anathema acaba de grabar uno de sus mejores discos, The Optimist. Aún no hemos podido escucharlo, si exceptuamos la propuesta de algunos temas que nos hicieron desde el escenario esa tarde. Lo que está claro es que a los hermanos Cavanagh se les ve muy cómodos con lo que están haciendo, que ponen mucho empeño y cuidado. Lo que son ahora no es más que una evolución natural de lo que ya venían haciendo estos últimos años, desde que dejaron de hacer death metal, ¿quién lo diría?

Nuestra apreciación nos hizo suponer que el público joven que estaba allí ese día lo hacía para verlos a ellos. 

Siete años han pasado ya desde que los viéramos en el Sonisphere de Getafe a media tarde, con un sol que pegó tan duro sobre la frente albina de Vincent Cavanagh, que al finalizar su actuación seguramente tendría que ser atendido con tubos de aftersun.

Las voces de Lee Douglas y de Vincent están perfectamente conjuntadas y se funden para dar ese tono melancólico que actualmente posee la banda. Sin embargo, antiguos himnos como Natural Disaster siguen siendo los que motiven al personal. Quizás echamos de menos que estas nuevas composiciones estén prácticamente desprovistas de algún riff algo más roquero, pero no se puede pedir más.

La banda cerró su actuación con unos bises improvisados por un visiblemente desmejorado Daniel Cavanagh, acompañados de percusiones varias y prometiendo volver a Barcelona y Madrid el próximo otoño.

Jethro Tull. 55 años lleva en la música Ian Anderson. No esperábamos gran cosa de esta mítica banda, pero la sorpresa fue mayúscula. Sobre el escenario apareció el eterno juglar que no paró en ningún momento de tocar, cantar y dirigirse al público como un chaval de 20 años. Anderson ha encontrado la banda perfecta para deleitar a su público de siempre y proponerle al público actual una modernísima reinterpretación de sus temas, gracias a la incorporación del joven guitarrista alemán Florian Opahle, que se compagina con el resto de músicos fluidamente. Anderson no fue nada egoísta, dejó que sus músicos se explayaran en sus instrumentos, los jóvenes y los no tan jóvenes. Por allí desfilaron temas de la talla de Aqualung, Thick As A Brick o Living In The Past que Anderson introducía brevemente comentando su año de composición allá por los ¡años 60! Sinceramente, se nos borró del pensamiento que al otro lado de la ciudad estaban los Deep Purple sobre el escenario.



Nuestro taxista de esa noche pasó totalmente desapercibido. Un simple chascarrillo que aludía al descanso y nos plantamos en la cama del hotel a disfrutar en silencio de las buenas sensaciones. 

viernes, 26 de mayo de 2017

Sin oficio ni beneficio

Esa maldita manía de observar tengo que cambiarla. Sí, tengo que hacerlo. Y más si lo observado es la gente. No puedo ir todo el tiempo dando explicaciones a todo el mundo de que no es una costumbre dañina en su objetivo, que no tiene un propósito lucrativo ni beneficio personal. No puedo ir haciendo eso todo el rato. No se entendería en la mayoría de las casos y es muy cansino para mí.

Se trata de un acto reflejo, un instinto de observación objetiva motivado por una curiosidad. Como cuando se observa a un gato en la esquina de una huerta intentando cazar a un ratón o a un lagarto. Como cuando prestamos atención a la explicación de un monitor sobre el uso de un aparato en el gimnasio. Como cuando escuchamos y miramos a la azafata la primera vez que nos subimos a un avión y nos muestra las instrucciones de emergencia escenificando cómo ponerse el chaleco salvavidas. 

Así es mi maldita manía.

La verdad es que, generalmente, si se trata de personas, mi mente extrae deducciones de esas "observaciones". Especulaciones, si quieren. Invento por qué están allí; imagino el tipo de relación que tienen con sus parejas; deduzco que van a una consulta médica porque parecen enfermos; supongo que una madre se lleva mal con su hija, que va al lado enfurruñada y toqueteando el móvil... También mi mente recaba información para hacer imitaciones de prototipos de personas en otros contextos (cosa que divierte y me entretiene); o para saber cómo funciona algo al detalle y actuar de forma adecuada ante ese algo (o alguien) cuando sea preciso... En definitiva, genera en mi cabeza realidades que se mezclan con la ficción.

Pero claro, también es verdad que alguna vez estas observaciones me traen algún problema o quebradero de cabeza. Y de ahí parte el caso que les quiero contar.

Hace unos días mi maldita manía me llevó a detenerme en un caso concreto de observación. No, no fue el gato del vecino de enfrente, que tiene repertorio para ello, ni el estilo jerárquico de la vecina al tender la ropa de color, criterio este opuesto al de su marido. No, no fue eso. Tampoco fue la observación del fluido de gente dispar que cruza la sala de espera de un aeropuerto, buscando su puerta de embarque como quien espera una aparición mariana. Ni tampoco la forma que tiene José de colocarse bajo el dintel de la entrada del bar del pueblo: hombro recostado en la pared, cuerpo inclinado hacia un lado, gorra ligera y estratégicamente inclinada hacia adelante, camisa abierta hasta donde termina el esternón y chasquido con la boca reclamando la atención de los viandantes mientras cambia el palillo de posición bucal. Tampoco fue eso.

Había quedado con un amigo en un parque para charlar un rato. La elección de este espacio fue motivada, ya que mi amigo tiene dos niños. De esta forma, podríamos hablar un buen rato mientras los niños jugaban en el columpio.

Pues allí estaba yo, sentado en un banco del parque, un buen rato antes por culpa de otra de mis manías: intentar ser puntual. El margen de maniobra de un padre o una madre se amplifica mucho más y normalmente se produce un retraso en la llegada debido a circunstancias operativas no esperadas. Y este fue un retraso de media hora.

Ya pasados unos diez minutos y, ante el inminente desespero del que espera, mi mente clavó su observación en una niña que jugaba frente a mí, en la zona de arena donde dejan caer los cuerpos los niños que bajan por el tobogán. 


La niña llevaba un trajecito rosa, muy poco apropiado para la ocasión. Su escaso cabello estaba recogido con un turbante haciendo juego con el traje y rematado con una flor de tela por un lado. Evidentemente, no había nada más llamativo por allí. Mientras el resto de niños jugaba por todos lados corriendo de un lado a otro, subiendo y bajando del tobogán o meneando el columpio, la niña se mantenía en la arena, como derrotada tras la dura batalla de los gladiadores.

La pequeña intentaba sentarse en el bordillo de la acera, pero sus movimientos retaban a su equilibrio continuamente y le resultó muy difícil conseguir establecer cierta firmeza. A continuación, una vez instalada en su asiento improvisado, concentró su atención en un fleco que le salía de su traje. Metía un dedo y trataba de alargarlo. Y lo conseguía. Luego echó un vistazo a lo que hacía el resto de niños, pero eso no pareció importarle mucho. Yo miraba a los alrededores para buscar a sus padres y poder manifestarles una sonrisa cómplice, pero no pude identificar quiénes eran estos. Todos parecían entretenidos hablando de sus cosas.

La niña volvió a la carga con el turbante y, en ese momento, me alié con ella en la distancia. A ver si se lo quita, pensé para mis adentros, y tira ese adorno estúpido a la arena. La habilidad esta vez no fue la suficiente y el turbante se quedó a medio camino formando una especie de antifaz. La niña se apuró un momento porque no veía. Quise salir en su ayuda pero, en un movimiento de lo más natural, la niña se revolvió en el suelo, haciendo la croqueta, para quedarse sentada más allá y con su antifaz colocado tras la orejas. La nueva situación era cómoda para ella. No pude más que sonreír y volver a sentarme en el banco.

Una vez más, no me percaté de preocupación alguna por parte de uno de aquellos padres. ¿Dónde demonios estaban? Además de vestir a la niña de aquella forma tan ridícula no estaban atentos a los movimientos peligrosos de su hija. La niña pudo golpearse contra el bordillo varias veces.

Ya con un look diferente, la niña continuó su operación imparable. Había encontrado algo en el suelo, que ella misma consideró comestible. Lo elevó entre sus dedos con la intención de probarlo. Pero, ¿y sus padres?

Cuando se disponía a comérselo, me incorporé preocupado, con la intención de impedir que el organismo desconocido entrara en el cuerpo de aquella niña. Como un resorte despedido, me dirigí hacia donde estaba. Pero justo a dos metros de distancia, un hombre de mi edad me obstaculizó el paso.


—¿Adónde va, caballero? —me preguntó con un tono retador.

—La niña, se va a... —respondí de forma natural.

Mientras, detrás de nosotros un grupo de madres se apelotonaban hablando entre ellas, una enfadada y otras expectantes. Decían cosas inconexas.

—Lleva ya un rato fijándose en la niña, que lo he visto yo.

—¿Quién? ¿Ese? —decía otra señalándome con el dedo.

Una de las madres, comprendí después que era la madre de la niña, instigó al hombre que me había parado. El hombre se vio rodeado de empujes verbales contra mi persona y me agarró por el cuello de la camisa amenazándome. Yo no supe reaccionar, solo defendía mi integridad física. Supongo que fue el instinto de supervivencia.

—¿Quién eres tú? ¿Un asqueroso pedófilo de esos? —me increpaba el hombre mientras le saltaban babas de la boca.

—No, por favor, yo no... —balbuceaba ante tremenda acusación. —La niña se iba a comer un bicho y...

—Un bicho sí se va a comer usted —dijo el hombre levantando el puño derecho y apuntando hacia mi cara.

En esto, un policía local llegó hasta nosotros y ayudó a quitarme las manos de encima de aquel hombre enfurecido. 

—¿Qué pasa aquí? —preguntó el policía, mirando a todos lados.

Muchas madres comenzaron a hablar a la vez y unos padres intentaban pararlas para que se entendiera lo que se decía.

El policía levantó la mano para ordenar el diálogo y se colocó delante de mí, en forma de barrera. Tras oír los argumentos de la madre y el padre de la niña, el policía se giró y me preguntó con la mirada. Yo negué todas aquellas exageradas e inventadas acusaciones hasta que el policía me paró. Se dirigió a la acusación y habló.

—Yo conozco a este hombre. ¿No habrá sido un malentendido?

En esto, un niño se coló entre la gente gritando mi nombre y tirándose a mis brazos. Era el hijo mayor de mi amigo. Lo levanté y lo abracé. Por encima de las cabezas vislumbré a mi amigo, que me preguntaba con la cabeza qué pasaba allí.

La gente quedó un poco desconcertada y yo aproveché para relatar los hechos de la mejor forma. El policía habló con los padres de la niña, quien lloraba desconsolada en los brazos de su madre. Finalmente, los padres de la niña entendieron que todo había sido un error y el grupo se fue disolviendo poco a poco. Los padres no vinieron a disculparse, pero yo no los culpo por ello. La ira, la vergüenza y el arrepentimiento son ángulos de diferentes triángulos.

Cuando pude alcanzar la zona donde estaba mi amigo, él me esperaba con su otro hijo en el brazo. Antes de que me dijera nada, yo ya le estaba diciendo que se callara. Él sonrió.

—No te puedo dejar solo. ¿Qué pasó? —se dispuso mi amigo a escucharme, mientras yo intentaba diferenciar qué parte había sido real y qué parte ficción.  

lunes, 24 de abril de 2017

Un comentario a Deshacer el mundo

Deshacer el mundo
de
Héroes del Silencio
Empezar porque sí
y acabar no sé cuándo
el azul me da cielo
y el iris los cambios
los astros no están más lejos
que los hombres que trato
repito otras voces
que siento como mías
y se encierran en mi cuerpo
con rumor de mar gruesa

Te he dicho que no mires atrás
porque el cielo no es tuyo
y hay que empezar despacio
a deshacer el mundo

El aliento de la tierra
y su calma serena
y la sombra de la tarde
es una mano que tiembla
la música me abre secretos
que ahora están dentro de mí
al final después de todo
no somos tan distintos,
un oasis en desierto
donde queda la paciencia

Te he dicho que no mires atrás
porque el cielo no es tuyo
y hay que empezar despacio
a deshacer el mundo

Ponme fuera del alcance
del bostezo universal
nos veremos en el exilio
o en una celda
ponme fuera del reposo
en mi historia personal
soy un ave rapaz:
mirad mis alas!
La canción Deshacer el mundo es una de las piezas que conforman el cuarto y último álbum de Héroes del Silencio, una de las mejores bandas de rock españolas de todos los tiempos, que logró un gran éxito en España, Hispanoamérica y en varios países europeos como Italia, Bélgica, Alemania, Suiza o Francia.
La obra a la que pertenece este corte musical se publicó en 1995 bajo el nombre de Avalancha, un título contestatario e intencionado y que supone el culmen de una sobresaliente tetralogía iniciada con El mar no cesa en 1988 y continuada con Senderos de traición y El espíritu del vino.
Entre una maraña de grupos de pop rock de la denominada Movida de los años 80 del siglo pasado y cuyo objetivo común era la de provocar a un público que se empezaba a creer aquello de la democracia, surgen cuatro agrupaciones que se caracterizan por el extremado cuidado y el perfecto equilibrio entre forma y contenido que desemboca en una trabajada instrumentación y una lírica extraordinaria. Estos grupos eran El Último de la Fila, Radio Futura, Mecano y Héroes del Silencio.
En el plano lírico, Héroes del Silencio y, en concreto su compositor Enrique Bunbury, se desmarca del enfoque temático predominante en las composiciones de la época, cargando sus versos de numerosas metáforas. Con Avalancha se rebaja este lenguaje metafórico y, con un estilo mucho más directo, se invita al público a no permanecer estancado, a luchar contra el inmovilismo social, tal y como se muestra en la canción que nos ocupa.
Aunque esta composición no contenga una letra excesivamente críptica, sí presenta esos rasgos característicos de la poesía de este autor: la ambigüedad y el simbolismo. La carga lírica de sus versos, que evocan sentimientos propios, provoca diversas interpretaciones que el artista deja a elección del lector puesto que, como el propio autor ha manifestado, muchas veces son ideas inconexas que emanan de situaciones oníricas o producidas por un estado lisérgico.
La estructura de la canción se ajusta a los cánones clásicos (estrofas + estribillo), otro rasgo más de la simplificación de la compleja forma usada por el autor en su obra anterior El espíritu del vino. Bien es verdad que a este esquema clásico se suma un puente musical sobre el que se escribe el mensaje más poético y reivindicativo de toda la composición: "Ponme fuera del alcance / del bostezo universal / nos veremos en el exilio / o en una celda / ponme fuera del reposo / en mi historia personal / soy un ave rapaz: / ¡mirad mis alas!".
En la primera estrofa el poeta, decidido y cargado de todos los argumentos y teniendo presente las consecuencias en el tiempo, comienza la lucha contra el inmovilismo y las opresoras convenciones sociales. Se queja del entorno social en el que se ve envuelto y por el que pululan personas que se acercan en la distancia física pero que se alejan en la forma de pensar. El poeta hace suyas las quejas de los oprimidos y muestra la gravedad con la que se toma el asunto, utilizando una metáfora marina que nos remite a la estilística de sus primeras obras como El mar no cesa: "Repito otras voces / que siento como mías / y se encierran en mi cuerpo / con rumor de mar gruesa".
Ya no hay vuelta atrás y, en el estribillo, el autor se dirige directamente a todos en voz alta, a los que miran para el otro lado y a los que protestan en voz baja, para indicarles que ya está todo decidido: habrá que rehacer paulatinamente el orden establecido y formar un nuevo mundo. El poeta no ve otra solución que la evasión de esa monotonía que impera en el sistema establecido y que hace a los hombres seres alienados. La solución comienza por la reestructuración de la cosmovisión actual. Es por ello que deshacer el mundo sea el único camino posible para el cambio.
La segunda estrofa es más críptica, aunque todo parece indicar que se trata de la descripción de ese statu quo difícil de afrontar. La música se presenta como una ayuda indispensable para unir las pequeñas islas que representan a cada persona ("al final después de todo / no somos tan distintos / un oasis en desierto / donde queda la paciencia").
El poeta solo contempla dos salidas: vivir bajo el yugo del sistema implantado o exiliarse hacia otro nuevo orden. Finalmente, se burla de los que pretenden que allí quede subyugado y les muestra su intención clara de partir volando.
Nos encontramos ante un personaje anónimo e inmortal que simboliza la lucha. El espacio y el tiempo en los que transcurre la acción son definitivamente irrelevantes, puesto que el tema tratado es atemporal, imperecedero e inherente al espíritu humano.
La mayoría de composiciones del artista está fuertemente influenciada por William Blake, Baudelaire, Óscar Wilde, Benedetti, Neruda o los poetas españoles de la Generación del 27. En este caso concreto, la impronta de Baudelaire y su concepción de la vida como una constante decadencia se cierne de forma evidente sobre su temática.
La canción es parte de un trabajo fundamental, pues supone el culmen del legado de la banda española de rock con mayor originalidad y proyección internacional de todos los tiempos: Héroes del Silencio. Un legado del que siguen bebiendo multitud de grupos y que aún sigue resonando en el corpus colectivo musical.




miércoles, 22 de marzo de 2017

1987, el año de la serpiente



Justo este mes hace 30 años de aquel primer encuentro, el que definiría a la perfección el gusto musical de un muchacho que se acercaba un día a la plaza del pueblo para encontrarse con sus amigos. Allí, sus oídos recibieron ese día las notas musicales más alucinantes que había escuchado hasta ese momento. Y comprendió que aquella música jamás lo abandonaría.

Del radio casete de doble pletina salía una solemne entrada que a continuación era surfeada por la voz de un tipo que alcanzaba registros inigualables para los oídos de aquel chico. Comprendió que lo que había estado oyendo hasta ese momento estaba bien, pero aquello era mejor. Aquella música lo zarandeó de un lado a otro, le hirvió la sangre y le provocó el más profundo sentimiento. Después de todos aquellos tintes zeppelianos, ese ritmo sensual que aporta el riff, el interludio de lamentos vocales que erizan la piel y el aporte guitarrero ejecutado con un arco de instrumento de cuerda clásico, brota de nuevo la fuerza que desata la auténtica locura. Una auténtica gozada de canción: Still Of The Night de Whitesnake había visto la luz el mismo día que vino al mundo este muchacho unos años antes. ¿El destino?




El resto del disco sonó de arriba abajo y de abajo arriba una y otra vez sin que nadie se saltase un detalle. Sus títulos parecían componer un pequeño poema sin ningún esfuerzo mental:

Cuando cae el sol
Llorando bajo la lluvia
Corriendo bajo la cubierta de la luz de la luna
Aquí voy de nuevo
Como un vagabundo
Como un chico en la penumbra.

Me fui derecho a tu corazón
Buscando amor
En la quietud de la noche
¡No te vayas!
¿Es esto amor?
Por favor, no vayas a romperme de nuevo.

¿Cómo se gestó esta obra?

Muy difícil era superar un grandioso disco anterior, Slide It In, pero Coverdale ideó un plan para romper los mercados sin necesidad de prescindir del sello blusero de la serpiente blanca. Supo aprovechar el momento, darle una vuelta de tuerca a su música. Y lo consiguió.

Pero todo esto no fue sencillo. El proceso de grabación fue un auténtico calvario. El estupendo guitarrista John Sykes se encierra en una ciudad francesa con el exvocalista purpleano David Coverdale para preparar las ideas.

(No olvidamos que antes de Sykes existió una remota posibilidad de que fuera nada más y nada menos que Gary Moore quien se uniera a la banda del reptil blanco. No alcanzamos a pensar qué hubiese salido de ahí)

Al binomio mencionado se le suman más tarde el bajista Neil Murray y el reconocido batería Aynsley Dunbar (ex John Mayall, David Bowie, Jeff Beck) para grabar las primeras pistas en Canadá. Allí comienzan las diferencias en la dirección de las composiciones entre el guitarrista y el líder de la banda, y es justo entonces cuando David Coverdale se ve afectado por una terrible sinusitis que lo retira del proceso unos seis meses. John Sykes se impacienta y sugiere seguir la grabación con otro vocalista.

Pero, ¿esto qué es? ¿Este chaval había olvidado que Whitesnake es propiedad de Mr. Coverdale? La relación se tensó y se rompieron todos los acuerdos. Sykes salió defenestrado, aunque se llevó parte de los derechos de autor que, por supuesto, se merecía este gran compositor, creador de varios himnos de la banda.

Tras la marcha de Sykes, se terminaron de grabar las pistas con la colaboración del teclista Don Airey y el guitarrista holandés Adrian Vanderberg. El resto de componentes se fueron marchando al ver que nadie les cerraba la puerta de salida. Finalmente, el proceso iniciado en 1985 había concluido a finales de 1986 y estaba preparado para editar en marzo de 1987.

El álbum tuvo dos ediciones: la americana, con 9 temas y denominada simplemente Whitesnake; y, la europea con 11 temas y denominada 1987. La disposición de los temas es diferente, pero da exactamente igual, el efecto es el mismo. Recordemos que esta obra se editó y triunfó en el año en que el hard rock y el heavy metal alcanzaron la cima. En ese año vieron la luz, entre otros, Wild Frontier de Gary Moore, The Joshua Tree de U2, Among The Living y I´m The Man de Anthrax, The Eternal Idol de Black Sabbath, Electric de The Cult, Hysteria de Def Leppard, Dream Evil de Dio, Introduce Yourself de Faith No More, Once Bitten de Great White, Appetite For Destruction de Guns N´ Roses, Love Is For Suckers de Twister Sister, Crazy Nights de Kiss, Keeper Of The Seven Keys I de Helloween, Fighting The World de Manowar, Girls, Girls, Girls de Mötley Crüe, Surfing With The Alien de Joe Satriani…

Viendo todo los sucedido era casi imposible pensar en un producto estrella, pero así fue. ¿Qué pasaría con la defensa del disco en directo? Con este fin, Coverdale, reclutó a Vivian Campbell (ex Dio) para las seis cuerdas junto a Vandenberg, al bajista Rudy Sarzo (ex Quiet Riot) y al batería Tommy Aldrige (ex Ozzy Osbourne).

Solo queda dejar correr el dedo hacia el botón del play y dejar que el oído juzgue por sí mismo.



miércoles, 15 de febrero de 2017

Elsbeth, el recuerdo y el acuerdo

La muerte de nuestra vecina Elsbeth nos ha reabierto un debate que teníamos un poco aparcado hace tiempo: ¿Cómo afrontar nuestra despedida con dignidad, sabiduría y calma?

Elsbeth era una mujer independiente, con estilo, autosuficiente, singular. Su modus vivendi en perfecta armonía con la naturaleza y con el meollo de la vida hicieron de ella una persona especial. Una mujer con una capacidad para estar en situaciones donde hay que estar y una capacidad para desaparecer, echarse a un lado, cuando hay que hacerlo. Esas son, a nuestro juicio, las mejores cualidades de un vecino; y por extensión, las de un familiar o amigo.

Elsbeth nos había avisado de su despedida hacía ya un buen tiempo. Y lo hizo a su modo, de la mejor forma: se asomó a la valla que separa nuestras casas para saludarnos y preguntarnos qué tal había ido el día. Nadie nunca nos había hablado de su propia muerte con tal aplomo, seguridad y cierta felicidad. Nos compartió su destino con una naturalidad envidiable. Aquellas palabras que transmitió e hizo llegar desde su parcela a la nuestra fueron las más cálidas que hemos escuchado nunca. Y para que no quedara duda de su propósito, las acompañó con su eterna sonrisa, plácida.

Después de conocerla, esa valla siempre nos pareció imaginaria, metafórica. Era solo una línea que obligatoriamente debe existir entre dos mundos, el margen al que debe asomarse alguien cuando se le pide y retirarse cuando haga falta. 

El primer legado que nos ha dejado consiste en recordar, recordar lo importante. Es decir, volver al significado etimológico de la palabra recordar: traer al presente desde el pasado algo habiéndolo hecho pasar por el corazón. Es una pena que el significado de esta palabra haya evolucionado tan desfavorablemente en nuestro idioma, que se haya perdido esa creencia de que el corazón es la sede de la memoria. Ortega y Gasset lo dejaba perfectamente plasmado en su obra: "El yo pasado, lo que ayer sentimos y pensamos vivo, perdura en una existencia subterránea del espíritu. Basta con que nos desentendamos de la urgente actualidad para que ascienda a flor de alma todo ese pasado nuestro y se ponga de nuevo a resonar. Con una palabra de bellos contornos etimológicos decimos que lo recordamos —esto es, que lo volvemos a pasar por el estuario de nuestro corazón—".



El segundo legado ha dado como resultado un acuerdo. Elsbeth no era una mujer religiosa, pero era enormemente espiritual. Sus ejercicios semanales de relajación y de contacto con la naturaleza se trasladaban hasta nuestra casa y se colaban en nuestro hogar. Aún hoy siguen llegando y lo seguirán haciendo por siempre. Por ello, hemos vuelto a echar mano de la etimología y del significado histórico de la palabra acordar: unir los corazones. Unir los corazones para hacer juntos el recorrido.

Por todo ese legado, estamos totalmente agradecidos.

Gracias, Elsbeth. Y buen viaje.

Hemos acordado recordarte siempre.