lunes, 5 de diciembre de 2016

Necesidades irreales

Hoy en día, en una especie de yoísmo malvado, se expresa continuamente la necesidad de tener unas condiciones determinadas para ser feliz en lo personal o en el mundo laboral. "Yo necesito esto", "Yo necesito lo otro", se oye decir todo el rato, mientras se pierde el tiempo diciendo lo que se necesita.


Normalmente, esa necesidad se asocia a lo que nos debe aportar otra persona y es fruto de nuestras exigencias. Y cuando esta aportación no satisface los intereses personales de cada uno, es utilizada por una de las partes como justificación ante su propia inoperancia, que exculpa de todo a uno y acusa al otro de forma injusta. Más bien parece que lo que se busca son privilegios. Y eso no es del todo malo, pero en la búsqueda de estos privilegios se corre el riesgo de dejar por debajo a alguien, se incurre en lo inmoral e ilegal.


Lo que oculta un "Yo necesito" es sinónimo de "No sé ser feliz solo, soy dependiente", o un "No soy lo suficientemente capaz de hacer ese trabajo" o "Tengo miedo a hacerlo porque me harán responsable si sale mal" o lo que es peor, "No quiero hacerlo porque ya lo hará otro por mí".

El "necesito" es un claro signo de egoísmo, de un egocentrismo tan instalado en la sociedad actual que ya lo asumimos como algo habitual. Y en las sociedades actuales lo habitual se convierte en norma. Y la norma se acepta con resignación.


Dicen "Necesito" cuando debieran decir "Me gustaría..." o "Estaría bien si...". Y no es lo mismo, no puede decirse que lo que se quiere decir en realidad es esto último. No. A este tipo de cuestiones no se las nombra de una forma u otra arbitrariamente, gratuitamente. Un concepto de este tipo no es nombrado de esa manera por casualidad. Se le nombra así porque se siente de esa forma, porque se fija socialmente y porque es lo que se quiere decir en realidad.

Necesitar es depender y la dependencia no nos revierte normalmente nada bueno. Un ser necesitado es un error. Un ser dependiente comete errores continuamente, se frustra con muchísima facilidad y se le produce una correspondiente pérdida de felicidad.



No confundamos esa dependencia irreal, creada e infundada por el propio individuo, con la estructura social humana, con la vida social que ha formado la humanidad desde el principio de los tiempos y que sí ha sido necesaria para salvar a la especie a lo largo de la historia: la vida vivida como seres asociados, la ideal vida conjunta de personas como grupo y no agrupados. No hablamos de eso.

Ante todo debemos presentarnos como seres independientes, individuales. El individuo debe ser ante todo -y lo es- válido por sí mismo -para lo que sea, el abanico es bastante amplio- y en un segundo estadio, puede añadir complementos para mejorar, para perfeccionarse, pero nunca sentirlos como elementos imprescindibles, necesarios.

A la familia, a un padre, a una madre, a un hermano, a unos primos, o a unos amigos, o a unos compañeros de trabajo agradables con los que la labor es más llevadera, no se les necesita. Se les puede querer, añorar, reclamar, solicitar, aproximar, pedir ayuda, 
pero sería totalmente contraproducente necesitarlos. Nuestra vida puede salir adelante de forma adecuada sin necesitarlos. De lo contrario, esa vida se puede convertir en algo terrible cuando dejen de estar. Claro, que si estos están presentes, la vida es mejor, más llevadera. Por supuesto. Y hay que saber disfrutar de ello al máximo.

Pero esta necesidad no es necesaria. En realidad, no necesitamos a nadie para ser personas completas. Eso sí, si a nuestra vida le sumamos todo lo anterior se complementará y será más grande e intensa. 

¿Qué podrá aportar un individuo a su semejante si primero reclama en el otro una de sus "necesidades"?



lunes, 28 de noviembre de 2016

The Cure: espléndida canción de cuna


Palau Sant Jordi, 26 de noviembre de 2016



En la cabeza se mezclaban las melodías recordadas de The Cure y acabamos determinando la enorme trascendencia de su obra. Por poner solo algunos ejemplos, su influencia en bandas posteriores es más que notoria en artistas como Marilyn Manson, en cuanto a estética y letras; en Korn, sobre todo en lo que a letras se refiere; en A Perfect Circle, en un poco de todo; o en los españoles Héroes del Silencio, en letras, cierta estética y arpegios.


Su sonido se ha movido entre el ritmo veloz del post-punk, pasando por la optimista new wave británica, la electrónica y el muy característico y estandarte de la banda: el rock gótico. Y todo eso junto es The Cure, una banda que se adelantó a su tiempo: sus canciones más antiguas suenan aún jóvenes y esto es lo que mantiene su modernidad imperecedera.

El Palacio de Sant Jordi cambiaba su look después de haber recibido a un repelente Justin Bieber unos días antes. En fin. Esta vez la noche aportaba el perfecto escenario para que los fans de The Cure se sintieran en su hábitat natural.

Escrupuloso sistema de seguridad y adentro.

The Twilight Sad sale a escena a intentar armar algo de ruido, pero la cosa se quedó en el intento. Está claro que buscaron a los tipos apropiados como teloneros, pues el sonido de este grupo se mueve entre los Keane más oscuros y los propios Cure, aunque con una destacada falta de identidad. Un sonido mediocre dentro de un set cortito que sirvió sobre todo para que algunos se pusieran hasta arriba de cervezas servidas en vasos serigrafiados con el logo de las estrellas de la noche. Un bonito recuerdo.

A la hora acordada, los miembros de la banda salen en rigurosa fila india atravesando el escenario de un lado a otro. Un tímido gesto hacia el público y arranca Open para calentar el ambiente. Funciona.

Las introducciones agradecidas de las canciones de The Cure -dos pasadas más de lo habitual al estribillo, muchas veces unos 2 minutos- nos meten de lleno en ese ambiente onírico y triste que se traduce en el espectador en un despertar elocuente. Tras la sugerente Kyoto Song y la introspectiva Night Like This, llegó el toque electrónico con The Walk y su ritmo bailongo, que puso a menear la cabeza al personal para que se entregara a continuación al primer plato fuerte de la noche, Push: "Go, Go, Go! Push him away. No, no, no! Don't let him stay...".



Robert Smith es una estrella que no quiere serlo, pero la estrella todavía brilla. Simplemente sale al escenario enfundado en su riguroso negro y sus variadas guitarras, el pelo cardado allá por los primeros años 80, su extremado maquillaje blanco que resaltan los labios y los ojos, que cuentan sus ocurrencias vitales que transforma en canciones.



A estas alturas el líder, cantando por debajo del micro, alzaba la mirada, abriendo y cerrando los brazos para ir soltando su voz descarnada en las letras de una lista enorme de canciones como In Between Days, Pictures Of You, Primary, Lovesong o Just Like Heaven, en la que sonaron los teclados más gloriosos que nunca.

La actuación estuvo marcada por una fantástica línea de bajo, que suena potente, por encima del resto de instrumentos, con un ritmo pegadizo capaz de sostenerse por sí solo. A los mandos de las cuatro cuerdas iba un chaval con apariencia rockabilly, ataviado con una camiseta de Iron Maiden. Ese chaval que carga su instrumento sobre sus esqueléticas rodillas tiene 56 años y se llama Simon Gallup, el único componente que se movió por el escenario en toda la noche: se subía al monitor y asomaba la cabeza que emergía de su minúsculo cuerpo. Ya se sabe cómo va esto: la música de The Cure no invita al movimiento exactamente, sino más bien al dulce estatismo o al ritmo interior de la cabeza.

Tras 16 canciones, la banda hace su primera parada, que sirve para recargar de oro líquido los vasos personalizados al módico precio de 2 € (vacío).

Arranca el primer bloque de bises, quizás el más flojo de los tres que componen la segunda parte del concierto. Pero se salva perfectamente con Burn, BSO de El Cuervo, y la hipnótica A Forest.

El segundo bloque alcanzó el éxtasis total con unas emocionantes y roqueras Never Enough y Wrong Number.

Los apoyos visuales emitidos a través de las pantallas crearon un perfecto ambiente lisérgico. Una tremenda tela de araña se posó en la gigante pantalla durante la interpretación de Lullaby, ya en el tercer y último bloque. Robert abría los ojos de par en par y le sacaba la lengua tímidamente a la primera fila del público. Por un momento pareció que él mismo se había enredado en su propia trampa mortal. Alucinante.



Esta última parte nos ofreció sus grandes éxitos comerciales para delirio del público asistente: Close to me, Boys Don't Cry, Lullaby, Lovecats o Friday I'm In Love. Con Why Can't I Be You?, canción número 32, se dio fin a un concierto de casi tres horas, un regalo muy generoso que no se torna cansino. Eso sí, evita que el público pida otra.

No hubo sorpresa alguna en el concierto. Sin embargo, queda como una experiencia introspectiva que no se va a olvidar fácilmente. Moltes gracies.

domingo, 30 de octubre de 2016

Record-mendaciones para otoño e invierno 2016

Prayers for the Damned Vol. 1 de Sixx: A.M. El rock moderno que se presentó hace ya varios años con Heroin Diaries Soundtrack, y continuó con This Is Gonna Hurt y Modern Vintage, sigue adelante, sumando producciones brillantes, comandadas por un icono del rock como es Nikki Sixx y sustentadas por una tripulación más que aconsejable (el productor y cantante James Michael y DJ Ashba, a la guitarra). Ideas sugerentes con estribillos pegadizos con un porcentaje justo de comercialidad, que invitan al movimiento corporal y al tarareo. Se les nota muy convencidos y cómodos con el asunto, que no era cosa de un experimento pasajero o una vía de escape para Nikki: el proyecto es una realidad como grupo. Y Nikki está que se sale: por un lado, acaba de presentar la película Mötley Crüe: The End; por otro, trabaja en el lanzamiento de la segunda parte de este disco, Prayers for the Blessed Vol. 2, que será presentado en breve.




Black Star Riders. O lo que es lo mismo, la banda tributo a Thin Lizzy. Cuando decidieron grabar material propio cambiaron su nombre y crearon dos obras: All Hell Breaks Loose en 2013 y The Killer Instinct en 2015. Si te gustaban aquellos también te gustarán estos. Con solo oír los primeros acordes de los temas Bound For Glory, Bloodshot o Kingdom Of The Lost, que retoma las raíces celtas, ya sabrás de qué va esto. Una propuesta divertida, fresca y honesta, de la que estamos seguros que el mismísimo Phil Lynnot estaría satisfecho. Recientemente pasaron por el Rock Fest de Barcelona (en formato Thin Lizzy) dejando un buen sabor de boca.



Hurtsmile (2011) y Retrogrenade (2014) de Hurtsmile. Indagar en qué habría sido de Extreme, aquella banda que nos deslumbró en los 90, nos llevó a saber qué había sido de su cantante, Gary Cherone. Tras la disolución de Extreme y hacer una parada en la estación Van Halen para grabar un disco con la mítica banda, inició este proyecto que ha dado a luz dos grandes trabajos. El primero es más homogéneo, una evolución más moderna del género al que nos tenía acostumbrados, con riffs que recuerdan incluso a los sonidos de Rage Against The Machine, como podemos comprobar en temas como Love Thy Neighbor. El segundo se muestra más pensado, menos directo, aunque suene mucho más a las composiciones de Gary Cherone junto a su media naranja en Extreme Nuno Bethencourt como Sing A Song (My Mia) o Anymore (Don´t Want My Love), en la que el vocalista se luce recordándonos que no ha perdido ni pizca de calidad.




Book of Shadows II de Zakk Wylde (2016). Intimista trabajo del que otrora fuera el descubrimiento de Ozzy Osbourne y relevo de Jake E. Lee. Segunda parte de algo iniciado 20 años antes y que se distancia mucho del sonido al que nos tiene acostumbrado en su banda Black Label Society. Guitarra acústica en mano como principal instrumento, la Bestia se convierte en Bella para ir desgranando canción tras canción la parte más sentimental y dulce del rockero. Destacaremos el solo de guitarra de Darkest Hour, que bien vale medio disco por su intensidad y porque posee un fraseo muy emotivo.



Ellipsis de Biffy Clyro (2016). No nos equivocamos en este blog cuando presagiábamos en 2013 que esta banda ya era el presente del rock internacional y con la que el futuro del rock estaba asegurado. Tras la apabullante intro Wolves Of Winter se despliega una lista de emocionantes y grandísimas composiciones que llegan muy adentro: los cambios de ritmo en Animal Style, la lenta Re-arrange, la bailonga Flammable o la despedida cañera en la edición Deluxe In the Name of the Wee Man.

¿Por qué no pierdes un poco de tiempo conmigo?
¿Puedes darte cuenta de que mi cabeza es un jodido carnaval?
Todo lo que quiero sentir es una pequeña descarga química
Todo lo que sé es que no pasará mucho tiempo
Te comeré viva, solo soy un puto animal.
                                                             (Animal Style)
Es imposible escuchar este disco y no imaginarse un escenario con los de Escocia encima y el público en medio de un descampado. Superar el listón colocado por su anterior trabajo, el impresionante Opposites, era casi imposible. Pero aquí está esta obra que a lo mejor no lo supera, que quizás suene un poco más popera, pero igual de bien.



Back to the Earth de Exxasens (2015). Un ejemplo más de banda de prog post rock español, como Jardin de la Croix o los fantásticos Toundra, que tiene mucha más aceptación fuera de nuestras fronteras, en países como Polonia, Francia o Rusia que en nuestra "querida madre patria". El disco se convierte en un espacio de tiempo para disfrutar con melodías muy sugerentes que trasladan a lugares oníricos, muy lejanos y que servirían perfectamente para una BSO.





Hand.Cannot.Erase de Steven Wilson (2015). El gurú del progresivo. Sin que nos haya dado tiempo a empezar a catar su último disco 4 ½ y a sobreponernos de felicidad de su anterior The Raven That Refused to Sing (And Other Stories), nos hemos sumergido de lleno en esta obra maestra del mundo progresivo en la que el genio de este género ha contado con la participación de, entre otros, Guthrie Govan a las guitarras o Marco Minnemann a la batería. Se trata de un todo de múltiples facetas, de un trabajo lleno de matices de composición influenciado por todas las facetas de este gran compositor. Temas llenos de nostalgia y melodía como Hand.Cannot.Erase o Routine, propios de su aventura israelí en Blackfield; otros como 3 Years Older en un auténtico estilo progresivo; Ancestral o Happy Returns que recuerdan a sus Porcupine Tree y su profundidad y elegancia; composiciones más electrónicas y ambient como Perfect Life, más en la línea de sus No-Man; Regret #9 es una monstruosa composición instrumental capitaneada por dos solos (uno de teclado y otro de guitarra) que hacen temblar de gusto a cualquier oído.
Algunos críticos han dicho de esta obra que se acerca bastante a la idea de composición y a la calidad musical de The Wall de Pink Floyd. El tímido e introspectivo Wilson ha rechazado estas afirmaciones, no cree que sea así, pero a este blog se le antoja una creación bastante cercana a esos niveles.



California Breed. Tras la pelea de gallos y ruptura de Black Country Communion en 2013, Jason Bonham y Glenn Hughes ficharon a un jovencísimo guitarrista llamado Andrew Watt para formar esta banda y crear su homónimo disco en 2014, una obra que hace relamer a cualquier seguidor de tremendos talentos. El sonido es un punto y seguido al de BCC, quizás con un añadido de rock setentero y un diminuendo de blues, con grandes composiciones rentabilizadas por la imperecedera voz de Glenn Hughes como la rítmica Sweet Tea, la stoneana Spit You Out o la desgarradora All Falls Down.
Hace pocos meses Bonamassa y Hughes han fumado la pipa de la paz y BCC han anunciado la vuelta a los estudios para 2017. Nos relamemos nuevamente.



Blues of Desperation de Joe Bonamassa (2016). Vuelta esperadísima del neoyorquino al blues, a sus auténticas raíces, y retomar el rumbo que dejó para aportar grandes cosas en otros lares. Eso sí, por nosotros puede volver a escaparse más adelante otra vez. Es decir, que puede ir y venir cuando quiera, que el rumbo que coja da igual, siempre hace buen camino. El tipo entró al estudio y a los cinco días salió con un disco debajo del brazo. Bueno, ¿y qué hay de nuevo en este disco? Novedoso nada, simplemente suma nuevas y buenas composiciones bluseras que se mueven entre lo más clásico como No Good Place For The Lonely y el nuevo blues como Mountain Climbing. Todo lo demás es de sobra conocido: buena voz y mejor guitarra. Pónganse una copa y disfruten de How Deep This River Runs.


jueves, 22 de septiembre de 2016

Asesine en serio



Asesine en serio
Dispare discretamente
A discreción
Sin descanso
Con el arma levantada a la altura de la cintura
Como el cine en blanco y negro

Asesine en serio
Aniquile
Con la intención
Con la mirada
A diestro ráfagas
A siniestro descargas

Asesine en serio
Apunte
Sin un blanco fijo
Sin fuego
¡Que los dulces casquillos del saber crepiten
entrecortando el ruido!
¡Que giren en el aire con un tirabuzón
y se sumerjan en la onda del polvo levantado!

Asesine en serio
la biblioteca de los prejuicios
Con piedad
Sin gases
Con bombas de argumentos

Asesine en serio
Sin muertes
A las doctrinas
¡Que se derrumben sus cadáveres dogmáticos!
Extirpe sus páginas ideológicas
Practíqueles la autopsia
Y arránqueles los párrafos de la iniquidad
Deje sus cuerpos mutilados
Fundidos en el paisaje
Desguazando el irónico martirio
Lobotomizando los absurdos idearios

Asesine en serio
¡Y que se celebre el juicio finalmente!
¡Que falle el acusado
y el veredicto declare culpable al jurado!

Vikowski

viernes, 26 de agosto de 2016

Miedos cotidianos. El tamaño sí importa

Esperaba a que el semáforo cambiara a verde para los viandantes mientras curioseaba en el teléfono móvil. Al cruzar la calle con tanta prisa, tropecé en la acera y mi móvil salió despedido de las manos unos metros más adelante, como una pastilla de jabón que se escurre entre los dedos sabiendo que no se va a recuperar pese a los intentos.



Justo en ese momento y a mi espalda, un grupo de personas se acercaba susurrando, portando risitas y comentarios que yo traduje de forma mecánica como mofas de mi torpe acción. Por supuesto, no me agaché a recoger mi móvil de inmediato, pues me pareció reconocer la situación de la típica escena de las duchas en las cárceles. Tal vez las risas podrían tener otro origen, pero yo reduje toda mi interpretación a la imagen cinematográfica.

Una vez que me adelantó el grupo apresuré la recogida, pues el espectáculo se estaba alargando demasiado y los coches amenazaban con sus embragues y aceleradores tras las líneas blancas.



Ese mismo día decidí comprarme un móvil bien grande para que no se me escapara tan fácilmente de las manos en caso de tropezar. Pero días más tarde comencé a plantearme que, por obra del demonio, podría correr el riesgo de que este nuevo aparato también pudiera desenvolverse y liberarse de mis garras en cualquier momento. Imaginé de nuevo la escena de las duchas y me pareció que el sufrimiento sería mayor.

Ahora nunca paseo con el móvil en la mano. Lo llevo siempre en el bolsillo delantero del pantalón, con una doble función.

martes, 26 de julio de 2016

Rock Fest Barcelona 2016: Dios, el Hombre y la Banda



La sensación de que pudiéramos estar ante el ocaso de algunas de las grandes bandas de hard rock y heavy metal se nos introdujo en la cabeza camino de Can Zam. Pero las sensaciones cambian con los estímulos exteriores. Y en esto de la música, en esto del rock, son muchos. 




Sábado 16

A partir de la estación de la Sagrera, los vagones del metro se tiñen de negro con la vestimenta de la muchedumbre. Algunas manos que salen de las camisetas con anagramas lían tabaco en sus correspondientes papelillos, retando el pequeño traqueteo del vagón.

Al salir por la boca del metro en Can Zam ya se oyen los acordes en quintas y el doble bombo. Los papelillos comienzan a arder. ¡Vaya, todos no portan tabaco exactamente!

Armored Saint nos reciben en el Rock Stage. El calor invita a la primera caña de la tarde y a buscar refugio cerca de los aspersores que salen de lo alto de las barras. En el Fest Stage comienzan a sonar Unosonic: "¡Cuánto me recuerda esa voz a Helloween, a Michael Kiske... Un momento, ¿ese guitarrista no es Kai Hansen?". El enigma va quedando resuelto: "¡Alto ahí!, eso es Time of March y ese riff, ¡aaauuu!, ¡I want out!". Qué grata sorpresa, les teníamos la pista perdida a estos grandes del power metal, pero ahí están tan frescos como siempre.

Tras los martillazos de Over Kill, salen Barón Rojo. El respeto ante la veteranía hace que prestemos atención hacia un grupo que en los 80 se subía al escenario junto a los Maiden y que, sin embargo, sale a escena como si estuviera en el garaje de su casa. Los intentos de Carlos de Castro, a veces desafinados y aflamencados, no pueden salvar un sonido horrible, que no se arregla en ningún momento. Los nostálgicos intentan ayudar coreando "¡Malo, seré Malo!" o "¡Cueste lo que cueste, digan lo que digan!" con memoria de bareto sudoroso. ¿Les están haciendo una broma desde la cabina de sonorización? Una pena, porque ganas no les faltan, sobre todo a Armando, que se desempeña en sus solos como un chaval. Cualquiera se hubiese bajado del escenario para dar un par de tortazos al técnico. Pero claro, "su rollo es el rock" y su clásico Resistiré hasta el fin parece ser el resumen de su set.

Iron Maiden, la Banda. Con puntualidad inglesa, como lo fue todo en este festival, el Ed Force One aterriza en Can Zam a través de las enormes pantallas colocadas a ambos lados de los escenarios. La Eterna Doncella presenta su nuevo trabajo The Book of Souls en la primera parte del concierto e incluye sus grandes clásicos en la recta final.

Entrada épica y humeante: Bruce Dickinson de espalda, en la parte alta del escenario, recitando. Suenan los primeros acordes y, desde varias zonas del escenario, aparece el resto de miembros: "Reef in a sail at the edge of the world / if the eternity should fail / Waiting in line for the ending of time / if the eternity should fail". Así siguen otras composiciones, entre las que caben destacar la inmensa The Red and The Black o la melódica Tears of the Clown, un tema que instrumentalmente mantiene una sensibilidad acorde a su letra dedicada al fallecido actor Robin Williams.

Suena el riff de uno de los grandes clásicos de la noche: The Trooper. Dickinson, con casaca roja, enarbola la bandera de Gran Bretaña en lo alto de la pasarela. El público enloquece. ¡Al ataque!



Steve Harris, creador y cerebro de la legendaria banda, aprieta los dientes mirando hacia el público y toma las riendas de su caballo-bajo para galopar al ritmo que su intención requiere. Inmortal.

Dave Murray y Adrian Smith siempre atentos para que todo suene a la perfección, mientras el flaco Janick Gers corretea todo el rato, da vueltas a su guitarra alrededor del cuerpo, sube su pierna izquierda con una elasticidad pasmosa y la coloca en ángulo recto sobre el enorme amplificador. Nicko McBrian impertérrito tras los parches, marcando el ritmo con contundencia.

Se incrusta algún que otro tema nuevo entre Powerslave y Halloweed Be Thy Named y a la carga con Fear of the Dark. Solo con oír las dos primeras notas de la guitarra, el público corea la melodía con un afinadísimo "ooooh ooh ooh ooooh ooooh, fear of the dark, fear of the dark".

Bruce Dickinson está fantástico. No para de moverse por las pasarelas interpretando teatralmente sin que sus notas se vean alteradas. Un tipo que hace unos meses superaba un cáncer, parece ahora no tener límite: hace cálculos sobre la cantidad de asistentes, sonríe, provoca sonrisas, atisba las banderas de diferentes nacionalidades que se encuentran entre el público y pone el recinto a chillar de emoción al recordar al respetable que esa noche no hay política ni religiones, solo música. La magia del rock.

La puesta en escena es tremenda: diferentes máscaras que usa el cantante, chaquetas, estandartes, pirotecnia, hinchables gigantescos o cúpula móvil con las diferentes formas de su mascota, Eddie sobre zancos jugando a cazar a los músicos y los 15 diferentes telones de fondo que cambian cada vez que finaliza una canción y empieza la siguiente.



Patas arriba el recinto, se manifiestan The Number of the Beast y Blood Brothers, para concluir con una entrañable y apropiada Wasted Years, que nos hizo creer que todo este tiempo esperando para ver a la Doncella ha valido la pena. "Los Maiden son los Maiden, y nunca decepcionan", se oye decir justo detrás de nosotros a un sexagenario. Thank you.

Es el momento para comentar los detalles del tremendo espectáculo que ha dejado allí la banda inglesa mientras salen a escena Loudness. ¡Cuánto le gusta a un virtuoso japonés articularse sobre el mástil de una guitarra!

Rata Blanca prueban suerte en su esperado regreso, con su cantante de imagen a lo Steve Perry de Journey. La idea es subirse de nuevo a un escenario para intercambiar sensaciones: volver o dejarlo correr. No seremos nosotros quienes resuelvan la incógnita. Pero suenan muy bien.

Doro. Hasta las 00.40, la hora prevista, esperamos para ver a la impresionante guerrera teutona sobre las tablas. Difícil papeleta tenía para desperezar a la audiencia, que empezaba a notar el cansancio. Pero la concurrencia se mantuvo fiel y la de Düsseldorf resolvió paseando por el escenario y moviendo cuerpo y cuello de forma imparable.

Doro expone su heavy metal fresco, aunque para nuestro gusto un poco plano ya. Mantiene sus notas a la perfección durante toda su actuación, incitando al público metalhead para que despierte de su cansancio con himnos como I Rule The Ruins. Y así lo hace. Cuando llega la esperada All We Are, puño en alto, yeah, y calabaza, calabaza... No hubo mejor cierre posible.


Domingo 17

El doble bombo infernal de Obituary sonaba en el Rock Stage cuando asomábamos la cabeza al recinto. Momento perfecto para la hidratación de cebada y echar un vistazo al merchadising y a la carpa anexa, donde los más valientes se atrevían con el karaoke rock.

La tarde se animaba en el Fest Rock con el virtuosismo guitarrero de Impelliteri. Hard rock de bella factura.

Anthrax. Con la formación original se presentaba en Can Zam la banda más gamberra del thrash metal. Poco a poco fueron contaminando al público de su energía, sobre todo la que demostró el siempre irreductible Scott Ian. Con las masas achicharradas por el sol que golpeaba en nuestras nucas, sonaron aquellas versiones que les hicieron tan famosos. Fue el momento en el que nos pusieron a cantar Got the time tick-tick-tickin' in my head y You're anti, You're antisocial a grito pelado, mientras el sol bajaba y, justo por el lado contrario, la luna salía tras el escenario (when the sun goes down, si fuera David Coverdale quien describiese la escena, ese momento mágico para la metamorfosis nocturna).



La barca vikinga de Amon Amarth navegaba en el Fest Stage para que sus múltiples seguidores se sumaran a una fiesta pagana llena de cuernos de cerveza.

¿Quiénes son hoy en día Thin Lizzy? ¿Es la banda, un tributo de la banda o qué demonios es? A la banda del añorado Phil Lynnot y de la que formara parte el gran Gary Moore, se le han sumado Tom Hamilton de Aerosmith y Scott Travis de Judas Priest. Recordaron clásico tras clásico como Black Rose o Jailbreak y entusiasmaron a los más veteranos, y a los que no lo eran tanto, con The Boys Are Back In Town, para cerrar en forma de fiesta irlandesa con Whiskey In The Jar. Fantástico.


Whitesnake, el Hombre. Sinceramente, no tiene sentido alguno encadenar dos giras durante dos años, la del Purple Album y la de Greatest Hits. Desde mayo de 2015 la banda sale a escena cada noche prácticamente, sin parar. Pero ahí estaban, o mejor dicho, ahí estaba el hombre, David Coverdale. Por mucho aguante que se tenga, el cansancio y la edad merman el rendimiento. Al menos el de los hombres. Y David Coverdale, aunque no lo parezca, es un hombre. A los vocalistas, al menos a los humanos, se les va estropeando su instrumento, no como al resto del grupo que siempre puede cambiar las cuerdas de su guitarra o los parches de su batería. La interpretación de Coverdale, un tanto alejada de aquella maravillosa voz de la que disfrutamos en La Riviera de Madrid en 2008, fue bastante aceptable, no nos engañemos. Incluso hubo muchos destellos de antaño.

Dicho esto, el setlist dejó contento a todo el mundo. Coverdale es un frontman que, en cuanto pone un pie sobre el escenario, ya tiene ganada a la mayoría del público. Se pasea por el escenario como por el salón de su casa en el Lago Tahoe, con una forma física envidiable.



Después de oír el clásico aullido "Are you ready?" empezaron a sonar los grandes temas de los 80. Al finalizar la primera canción, Bad Boys, bajo la atenta mirada de la luna sobre el escenario, Coverdale abandonaba las tablas mientras sonaba aquello de "running undercover of moonlight". El momento dio lugar a varias interpretaciones. ¿Una preciosa coincidencia o el esfuerzo del arranque en frío había pasado factura? La duda se diluyó rápidamente cuando el cantante surgió tras el altar de la batería y marcó la primera estrofa de Slide It In, a la que siguió Love Ain't No Stranger.

Quizás la inclusión en esta gira de un temazo como Judgment Day, que sonó espléndidamente, pudiera ser una premonición con respecto al futuro de la banda.

A partir de ahí no había vuelta atrás y lo que tocaba era llegar a esos imposibles agudos, siempre con el apoyo del resto del grupo. Con enorme profesionalidad, Coverdale tomó el pie de micro como él solo sabe, lo tiró hacia arriba del revés, lo giró entre sus manos, se lo cruzó entre las piernas con sus ya característicos movimientos sexuales de cock rock y espetó sin pensárselo un "¡Barcelonaaaaa! ¡It is On Fire!" para que comenzara la intro de la gran Fool For Your Loving.

Coverdale siempre se rodea de grandes músicos como el guitarrista Reb Beach; algunos de ellos además vistosos, como lo es Joel Hoekstra, que puso su melena rubia al servicio del rincón izquierdo del escenario. Ambos desarrollaron sus correspondientes solos, muy correctos y nada cansinos. Tras el interludio de la siempre envolvente Slow an' Easy, el solo de bajo de Michael Devin sirvió para que Coverdale volviera a descansar la voz y atacara de nuevo el reto de interpretar Crying in The Rain.

Una de las grandes atracciones de la noche fue volver a ver al gran Tommy Aldrige junto a Whitesnake. Su interpretación fue perfecta y su solo como siempre: genial, variado, imparable, tirando las baquetas al público para terminar golpeando parches y platillos con sus manos y puños como podemos ver en el Live... In The Still of The Night.



Recta final con platos fuertes. Barcelona se convirtió en la ciudad del amor cuando Michele Luppi introdujo al teclado Is This Love. Sin pausa se inició Give Me All Your Love, brazos en alto y a cantar. Here I go Again valió para que el frontman inglés se reivindicara y Still of The Night, una de las mejores canciones del hard rock, selló la actuación con el clásico agradecimiento de Coverdale: “Be safe, be happy, and don’t let anybody make you afraid! God bless you."

Twisted Sister. La verdad es que Dee Snider lleva todavía la actitud del rock en las venas. No para de correr por el escenario y de jalear a las masas. Bien es verdad que tampoco hay que ser un portento para interpretar el tono que marca la instrumentación de la banda. "We Are Twisted Fucking Sister!", gritó el muy cabrón tras la primera canción. Y ya está. Reunión de temas clásicos, no se esperaba otra cosa: I wanna rock, The kids Are Back, I am (I'm me) o el himno imperecedero We're Not Gonna Take It. Suficiente para dejar el pabellón bien alto, aunque quizás sobrara el exceso de palique del vocalista y sus pretensiones de dejar claro que ellos han sido una auténtica banda de rock 'n' roll y de asegurar que esa sí era su última gira, no como otros. Ya veremos.

Llegó el momento de presentar a la banda y de hacer hincapié en el apoyo rítmico que tenían detrás: "Mr. Mike Portnoy. Mike, es increíble poder contar contigo". El que es uno de los mejores baterías del mundo se mostró activo pero comedido, como estrella invitada que era, sin variar demasiado las grabaciones originales de la banda, no fuera que el Dios de las baquetas las convierta en otra cosa.

Y eso fue todo.

Si tenemos que destacar algo de este festival nos quedaríamos con la sobresaliente organización, algo muy habitual por tierras condales. Pero no con el fervor de un público, que siempre se nos antoja un tanto soso en esta ciudad.

Nunca se nos olvidará aquel papá que se pasó todo el concierto con su hijo en los hombros. Un niño que disfrutaba de la música con su puño y su mano cornuta. Una imagen bella que hace recuperar la sensación de la inmortalidad del rock.


domingo, 19 de junio de 2016

Credogma



Creo en todas las Artes, porque me gratifican y me devuelven la visión de la verdad cuando esta se ha deformado irremediablemente.

Creo ciegamente en la Música, el Arte de las musas. Y en sus intérpretes. Creo en sus voces, en sus ritmos de batería y bajo, y en sus riffs de guitarra que entornan mis ojos de gozo cuando suenan y plasman perfectamente todos mis estados de ánimo. Y en sus letras, que narran a la perfección las historias de mi vida.

Creo en la Literatura, porque al leer (y al escribir) enfoco las cuestiones desde diferentes perspectivas y me formo una imagen de la vida libremente, sin moldeados.

Creo en el Cine, porque comparte a través de imágenes esas vivencias libres.

Sí, creo en la Literatura y el Cine porque narran como nadie la Historia, muestran el presente y predicen el futuro prácticamente sin equivocaciones.

Creo en la lealtad que implica el Amor y la Amistad; y creo en las personas que las desarrollan.

Creo en la Esperanza y las Expectativas. Y si estas no se cumplen, creo y confío en reponerme del efecto de sus fracasos y hacerme más fuerte. Y volver a creer.

Creo en la Coherencia como único valor que da sentido a todos los demás, independientemente de si encaja o no en los parámetros personales de uno mismo.

Creo en la Objetividad, como valor casi extinto y entendido como una racional suma de subjetividades; como enfoque adecuado de la realidad y solución evidente a su deformación; como el único camino que nos lleva a ser tolerantes.

Creo ciegamente en las mal llamadas Causas Perdidas, porque desde que haya causa debemos luchar por ella y negarnos a que se le añada adjetivo alguno. Las causas no se pierden: permanecen y perduran; se mantienen vigilantes ante aquellos que les adjudican calificativos.

Creo en el "algo a cambio de nada", sin recibir de vuelta. Porque cuando se da a cambio de algo, el acto se torna impuro y deleznable.

Creo en el Poder de la Risa, sin contemplaciones; como un arma recurrente y eficaz; como un proceso introspectivo que se proyecta hacia el exterior.

Creo en los Pueblos Libres, que gestionan sus alegrías (o sus tristezas) a su antojo; que viven en paz, sin necesidad de tener que defenderse continuamente de monstruos que les quiten el sueño.

Creo en los que tienen un Sueño y mantienen intactas sus ilusiones sin ver una meta próxima, porque ellos me mantienen soñando.

Creo en que no me fallen las fuerzas para seguir creyendo.

Hasta el final.



sábado, 28 de mayo de 2016

Ovejas eléctricas por cerditos repletos de dólares

#VerdadOAcción
Arte: mentira que dice la verdad.
Historia del arte: la verdad sobre la mentira.
Estética: la verdad de la mentira.
Filosofía: la verdad.
Eric Jarosinski


El arte se crece en tiempos difíciles. Aparte de su finalidad estética, el arte trata de mostrar y transmitir la realidad (tal cual o deformada, al fin y al cabo da igual) para retratarla, idealizarla, criticarla y también transformarla, tras una reflexión interna individual o de un colectivo humano. Por eso, debemos recurrir a las obras que nos aportan salidas ante situaciones reales adversas.

Estas disquisiciones nos han llevado a la ciencia ficción. Un género un tanto curioso ya que, con el paso del tiempo, sus obras van ganando en su primer apelativo y perdiendo en el segundo. Un género que analiza la realidad apartando su mirada del efecto inmediato que produce la propia existencia. En palabras de Picasso: «El arte es una mentira que nos acerca a la verdad».

De entre toda la producción de este género hemos hecho una revisión del clásico cyberpunk: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick (1968), y su versión cinematográfica Blade Runner de Ridley Scott (1982).



La película Blade Runner es una obra maestra del cine, un imprescindible del mundo del celuloide. Pero también es verdad que es una pésima adaptación de la obra narrativa original, que es otra auténtica obra de arte. Aunque ambas producciones, literaria y cinematográfica, parten de una visión distópica de la sociedad, la película cambia detalles estructurales y argumentales que terminan transformando la historia en "otra historia".

William Burroughs prestó el título de una de sus novelas para registrar el film, pues en principio se iba a denominar Días peligrosos. Además, fueron modificados los tan recurrentes nombres de los personajes principales de los cazadores de bonificaciones y los androides o andrillos por los más cinematográficos blade runners y replicantes, respectivamente.

Del famoso monólogo del personaje Roy Batty, de gran belleza poética pero extremadamente alabado (lo siento por los adoradores del celuloide) no hay ni rastro en la novela, ni falta que hace (y si apuramos, tampoco en la película). Cuando vamos concluyendo el libro, con el ceño fruncido por culpa del sustrato cinematográfico que subyace en nuestras mentes, nos preguntamos cómo demonios puede encajar aquel recordado texto en el grandioso argumento de esta novela. Esa es la pregunta trampa que nos despista del planteamiento original y fundamental que da título a la obra escrita y en la que se debaten temas tan latentes y universales como la religión, el medioambiente o la lucha continua contra las tiranías y la superioridad de unas clases sobre otras.

Que en el cine transformasen algunos datos básicos de la obra de Dick como el tiempo narrativo externo o el espacio donde se desarrollan los hechos, que no aparezca ese maravilloso instrumento como es la Caja de Ánimos Penfield, o que no se haya explotado la filosofía religiosa del mercerismo, fue algo innecesario. Que tras el éxito de la película, la novela se vendiera bajo el título de Blade Runner es algo imperdonable.



Es por ello que abordamos estas dos grandes obras como separadas. El propio guionista Hampton Fancher declaró en su momento que su escrito era un «guion original basado libremente en la novela de Dick». Es más, Ridley Scott contrató a David Peoples para hacer más cambios en el script ante la negativa de Fancher.

Philip K. Dick, condenado al ostracismo injustamente, pudo catar escenas de la película antes de fallecer. Aun teniendo poca fe en la factoría de Hollywood declaró que «Blade Runner cambiaría la manera de ver las películas». Y así fue. Pero también es verdad que se hubiese divertido mucho viendo como millones de seguidores se han pasado años discerniendo sobre si Rick Deckard (Harrison Ford en la película) es o no un replicante. Una auténtica memez si tenemos en cuenta la obra literaria. Eso sí, no hay duda de que la industria del cine y todo su entorno propagandístico se trabajó el asunto a conciencia, como en tantos otros casos. 

Está claro que con lo que soñaban los productores del celuloide no eran ovejas eléctricas, sino más bien cerditos repletos de dólares.