viernes, 26 de agosto de 2016

Miedos cotidianos. El tamaño sí importa

Esperaba a que el semáforo cambiara a verde para los viandantes mientras curioseaba en el teléfono móvil. Al cruzar la calle con tanta prisa, tropecé en la acera y mi móvil salió despedido de las manos unos metros más adelante, como una pastilla de jabón que se escurre entre los dedos sabiendo que no se va a recuperar pese a los intentos.



Justo en ese momento y a mi espalda, un grupo de personas se acercaba susurrando, portando risitas y comentarios que yo traduje de forma mecánica como mofas de mi torpe acción. Por supuesto, no me agaché a recoger mi móvil de inmediato, pues me pareció reconocer la situación de la típica escena de las duchas en las cárceles. Tal vez las risas podrían tener otro origen, pero yo reduje toda mi interpretación a la imagen cinematográfica.

Una vez que me adelantó el grupo apresuré la recogida, pues el espectáculo se estaba alargando demasiado y los coches amenazaban con sus embragues y aceleradores tras las líneas blancas.



Ese mismo día decidí comprarme un móvil bien grande para que no se me escapara tan fácilmente de las manos en caso de tropezar. Pero días más tarde comencé a plantearme que, por obra del demonio, podría correr el riesgo de que este nuevo aparato también pudiera desenvolverse y liberarse de mis garras en cualquier momento. Imaginé de nuevo la escena de las duchas y me pareció que el sufrimiento sería mayor.

Ahora nunca paseo con el móvil en la mano. Lo llevo siempre en el bolsillo delantero del pantalón, con una doble función.

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