jueves, 26 de enero de 2017

Desnudos bajo control


¡Los aeropuertos! ¡Esos maravillosos escenarios! ¡Esos espacios preparados para cualquier secuencia de situaciones curiosas!




Desde el 11S, los controles de seguridad de los aeropuertos se han recrudecido de una forma excepcional. Algunos de estos controles nos parecen hasta ridículos, pero cuando nos paramos a reflexionar o dejamos que algún experto nos lo explique, nos pueden resultar muy necesarios. Si no lo enfocamos desde esta perspectiva, podemos llegar a sentirnos como delincuentes: nos hacen extender los brazos en cruz, nos ordenan un morboso deselavuelta que recibimos con total sumisión, sentimos los tocamientos por todo el cuerpo y un papelito con un compuesto químico roza obscenamente el bolsillo del pantalón en dirección a la parte inferior del muslo...

Bien, pues por ahí en el aeropuerto andaba yo, arrastrando el equipaje de mano, dirigiéndome hacia el control de seguridad.

Una operaria espera con amabilidad a que pases tu tarjeta de embarque por la máquina registradora. Luz verde, un buenviaje y al siguiente paso.

Es invierno y la gente entra al aeropuerto con una barbaridad de ropa: chaquetas, jerséis, guantes, bufandas. A esto se le suman los decoros y joyas como colgantes, relojes, anillos, pulseras...

Delante de mí, una señora muy elegante bifurca su trayectoria y se pone justo enfrente, al otro lado de la mesa de bandejas. Allí suelta su maleta, yo hago lo mismo. Y, como si de una coreografía ensayada se tratase, comenzamos ambos a quitarnos lo pertinente para cruzar con éxito el arco detector. Primero la bufanda, luego la chaqueta... Justo en ese instante, nuestras miradas se cruzan y se genera una leve y cómplice sonrisa.



Las luces se atenúan y el telón termina de abrirse. Una suave melodía complementa la escena y hace que el resto de prendas vayan cayendo dentro de la bandeja en cámara lenta. Ahora parece que el pelo de ella se mueva hacia detrás y hacia delante en sintonía con la música y el cuello de ambos rote por inercia intuitiva.



Bandejas bajo el brazo, y en nuestra desnudez, nos dirigimos hacia el arco del triunfo. Los vigilantes de seguridad, haciéndonos el pasillo, nos invitan sonrientes a pasar a un nuevo espacio, a una especie de sala íntima. Primero pasa ella, esbelta, con estilo, paso largo y firme. Cuando me dispongo a seguir aquel movimiento triunfal, me detiene una mano que procede de un brazo extendido. La música se deforma en segundos, rayada en el tocadiscos, y los focos irrumpen con su haz de luz sobre mis ojos, rompiendo el primer plano.

—Señor, su cinto. Tiene que pasarlo por el escáner. Vuelva atrás y póngalo en la bandeja.

—Sí, pero… —y señalo torpemente a la espalda de la mujer.

—Tiene que pasarlo por el escáner —repite negando con la cabeza el de seguridad, sin dar opción a una respuesta.

Tengo que volver a la zona de bandejas, pese a mi resistencia interior. Mientras camino en sentido contrario al arco, giro mi cabeza y veo cómo mi compañera de intimidades se aleja en sentido contrario a través del pasillo. Ella también gira su cabeza y, con una expresión de incredulidad disimulada, comienza a vestirse. Mientras, yo discuto con el cinto y me pregunto una y otra vez cómo demonios tenía yo aún el pantalón puesto.

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