miércoles, 29 de octubre de 2014

Desde que soy mujer II

Pese a que han pasado ya más de ocho años, mi ritual de tocarme las tetas cada vez que me desnudo no ha dejado de celebrarse cada día. Durante la ceremonia de esta mañana, me he dado cuenta de que mis pechos siguen manteniendo la firmeza que la de otras mujeres de mi edad han ido perdiendo. Claro, juego con ventaja: los míos son mucho más recientes.

A lo largo de estos ocho años, como decía, he tenido tiempo de recoger más datos que no había previsto. Datos que confirman o ponen en mi pensamiento lo que le oí decir a un marinero una vez: "La mujer y la gaviota, cuanto más vieja más loca".

Durante este tiempo he seguido aprendiendo y descubriendo comportamientos y hechos que se repiten una y otra vez. Cosas como que las chicas más atractivas, espabiladas y con contenido aparente, acaban siempre con el podenco de turno. Es algo que, cuando era hombre, nunca llegué a comprender y, ahora que soy mujer, lo entiendo pero no lo comprendo. Quiero decir, que ahora lo sufro.

Echando la vista atrás, estos últimos años han sido confusos en cuanto a la recepción de los hechos que me han tocado vivir. Me refiero a mi evolución, no sé, ni yo misma me entiendo. La vida es más compleja.

Después de que me casé con Marcos, siempre acabo discutiendo con él porque intenta disculpar el comportamiento inapropiado de alguna de mis amigas. La culpa es de él y se convierte en el objeto de mi ira. Nunca me da la razón y me da mucha rabia cómo se lo toma todo. El muy burro incluso apunta que a lo mejor no debíamos habernos casado, que antes no teníamos esas discusiones. Además, me recuerda lo felices que éramos antes, antes de casarnos, un acuerdo al que habíamos llegado juntos.

Yo lo invito a reflexionar sobre algunas cosas importantes para discutirlas entre los dos. Cosas importantes como la nueva decoración de la casa que nos compramos hace dos años o si debemos llevarle un detalle a sus padres para el almuerzo del domingo. Y a él le da lo mismo, me dice que lo decida yo, que seguro que estará bien. Cuando se decide a participar en la reflexión, me lo echa todo abajo, no está casi nunca de acuerdo con lo que pienso yo. Eso sí, muy claro sí tiene que quiere ir a ver el partido con sus amigos, de eso sí está pendiente. Es como un crío, y nosotros ya no tenemos edad para estar con boberías. No está al tanto de nada y ha abandonado por completo los detalles de antaño. Lo peor es que cuando hablamos sobre eso contraataca con lo del sexo, argumentando que si él no lo busca jamás se produce el encuentro. Dice que ahora no me gusta que sea desordenado, algo que antes me parecía simpático. Por Dios, lo que hay que oír. Lo curioso es que a veces siento que tiene razón. Pero eso debe ser por mi pasado masculino y no me voy a dejar traicionar por esos instintos arcaicos. Ay, no sé, yo lo quiero, pero a veces es insoportable.

Los quehaceres de la vida íntima de una pareja no deben estar sujetos a un sistema prefijado. Es más, la palabra quehaceres no debería nunca aparecer en la misma frase que vida íntima. No sé qué parte de mí es la que se rebela contra esto.



No sé qué me pasa, pero ahora incluso me intereso por la herencia de Marcos. Sus padres son ya muy mayores y él está intentando desmarcarse de todo eso. Pero yo lo he empujado a pedir lo suyo, sobre todo porque le corresponde. No puedo permitir que lo pierda todo en favor de su hermana Ana, esa rata callejera.

Últimamente me veo más con las amigas, un grupito pintoresco integrado por compañeras del trabajo y al que se suman unas amigas de estas. Sin saber por qué hemos creado una alianza contra los hombres, nuestros hombres, los de casa y los del trabajo. Solo se salvan los recién llegados, pues estos nos dan pie a nuestras bromas y comentarios sexistas. Todas tenemos algo personal que nos une: vivir con nuestros maridos quejándonos de ellos. Supongo que el grupo de mi marido hará algo parecido. Aunque algo me dice, probablemente mi pasado masculino, que allí solo se discute el último fichaje de fútbol.

De todas formas, sobrellevo la situación desde que los martes por la tarde me acuesto con Juan, el chico que me soltó aquel piropo en la oficina unos años atrás. Es un tío resuelto, decidido, como si las cosas transcurriesen a su antojo. Es tan comprensivo, todo es tan fácil con él. Ay, no sé. No he pensado mucho acerca de este hecho con respecto a Marcos. Y cuando lo pienso, deduzco que él estará haciendo lo mismo por su lado.

A lo mejor me he vuelto una mala mujer. O no, a lo mejor simplemente me he vuelto una mala persona.

6 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Me temo que la metamorfosis de nuestra protagonista todavía no ha llegado del todo a su fin. Al menos se delata en sus pensamientos que, desde mi punto de vista, tienen mucho de masculino.
    Espero otras entregas en las que acabe con "su dilema"

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  3. La protagonista está en la nevera en cuanto a evolución, pues parece que su vida no tiene una salida clara, de momento. ¿Qué tienen algo de masculino sus pensamientos? Seguro, pero ¿mucho? No lo estoy tanto.
    ¿Siguientes entregas? Pues no sé, a ver qué "echa pa tierra".

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  4. Mi primera reacción al leer este relato fue pensar que era bueno pero estaba lleno de prejuicios sin fundamento. Después algunos acontecimientos me llevaron a pensar de nuevo en él y llegar a la conclusión de que hay mucho de cierto en lo que cuentas.
    Por otro lado, estoy de acuerdo con Dal Per, creo que todavía hay mucho de masculino en la protagonista, quizás eso lo hace más interesante.

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  5. Sin duda, queda mucho de hombre en esa mujer. Y no perderá esas hormonas en la vida , para bien o para mal. Su cerebro se amoldara a su buscada feminidad, pero no podrá tenerla al 100%.

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  6. Sin duda, queda mucho de hombre en esa mujer. Y no perderá esas hormonas en la vida , para bien o para mal. Su cerebro se amoldara a su buscada feminidad, pero no podrá tenerla al 100%.

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