No
hablemos de mi película, los filmes no se cuentan, se ven.
Elías Querejeta
La caza
del conejo era el nombre inicial ideado
para esta película, pero la censura encontró connotaciones sexuales en el
título y fue apocopado. ¡Hay que ver, qué pervertidos! Alabada por la crítica
francesa, británica y estadounidense y considerada como pieza fundamental de
las vanguardias del momento, fue defendida por Pier Paolo Pasolini sin
tapujos en el festival de Berlín de 1966,
en el que ganó el Oso de Plata (Mejor Director). Sam Peckinpah dijo que su vida había cambiado después de verla (no
nos olvidemos de sus Perros de
Paja). Sin embargo, los críticos españoles contemporáneos la consideraron
tan mala que uno de ellos se atrevió a llamarle la atención a su director con
un “¡vaya mierda de película que has hecho!” ¡Qué le vamos a hacer!
La caza,
que parece ser el único deporte honorable de la España franquista, es una película
minimalista hecha en cuatro semanas con cuatro actores que fueron desaprovechados
durante la posguerra, rescatados aquí para desplegar todas sus aptitudes, y con un presupuesto de dos millones de pesetas: uno conseguido por el
director Carlos Saura y otro por Elías Querejeta, el corajudo futbolista vasco
que se convirtió en uno de los mejores productores de cine de todos los tiempos.
Un hombre que nunca entendió el
cine sin pasión y sin compromiso
y al que se le “ocurrió dejarnos” el pasado fin de semana.
Una película imprescindible para
la historia de España del siglo XX que abrió fronteras a la cultura española,
que presenta el tópico cinematográfico de la violencia humana y muestra, como
ha dicho el propio Saura, “la agresividad que hay en el mundo, la
inutilidad de la guerra, la inutilidad de la muerte, la inutilidad misma de la
caza, porque hoy se caza por placer, no por necesidad".
El calor es un elemento
esencial más de la historia, que se convierte en una reflexión simbólica sobre
la guerra civil y que parece haber bebido en las fuentes que inauguró Buñuel. El páramo castellano y un sol
horrible sirven de símbolo de una España hastiada de una dictadura que supuso,
entre otras cosas, un retroceso cultural impresionante. Las rencillas fratricidas,
odios y traiciones surgidas en la Guerra Civil, y que continuaron por muchos
años, se trasladan a este filme alegórico, aunque el propio Saura trate de
restarle este valor.
Con este contexto o telón de fondo, los instintos básicos humanos, que no son más que los propios de los animales, se desatan, la locura hace acto de presencia y, ya se sabe, la locura es un caballo exaltado que nunca tuvo maestro.
Fe de erratas. En esta ocasión, y sin que sirva de precedente, voy a hacer yo el primer comentario y a riesgo de que sea el único que se haga. Gracias al amigo que me avisó del error.
ResponderEliminarHe nombrado como director de Perros de Paja a David Peckinpah donde debería haber dicho Sam Peckinpah. Lo siento. Quizás una traición del subconsciente, ya que el nombre completo del director es David Samuel Peckinpah. En cualquier caso, un error.
Saludos