jueves, 28 de abril de 2016

Asincronía. Fuera de temporada


A mí la literatura escrita me empezó a interesar realmente en 2º de BUP. Y digo escrita porque de la oral ya disfrutaba de pequeño con las historias que nos contaban los mayores y con los cuentos infantiles que Radio Nacional emitía cada mediodía.

Decía que me empezó a interesar la escrita cuando la profesora titular estuvo de baja y llegó Felisa, la sustituta, una mujer impresionante que nos trataba de "mi niño" y nos hacía componer pequeños poemas y canciones; a diferencia de la profesora titular que leía unos apuntes amarillos desgastados por el tiempo.

Felisa era alta y corpulenta, vestía leotardos de colores, se maquillaba lo justo para resaltar sus grandes ojos negros y tenía una sonrisa pícara y disuasoria. Yo caí rendido a sus encantos el día que me levantó la mirada para decirme que yo podía componer aquel poema sin problemas, que veía mucha sensibilidad en mí. Pasé mucha vergüenza por mis compañeros, que suspiraron al unísono un "¡oh!" mayúsculo. No es que no me gustara que me motivara y halagara de esa forma, pero sí que lo hiciera así, delante de todos mis compañeros, unos compañeros con los que nunca me identifiqué y que me mostraban el peor de los rechazos: no sabían que existía hasta ese momento. No quería que Felisa dejara de decirme esas cosas, pero aguantar aquellas miradas... Eso no. Por eso resolví escribir poemas o canciones mediocres, lo justo para aprobar y no llamar la atención, mientras algún listillo de clase copiaba canciones de José Luis Perales o Julio Iglesias.



Pese a todo ello, la asignatura me gustaba cada día más, tanto que ya no me parecía una asignatura. En casa, mi madre se extrañaba al ver que por primera vez me sentaba cada tarde para hacer la tarea. En realidad, componía poemas para Felisa, poemas que nunca llegaron a su destino.

En aquella época estaba seguro de que Felisa escuchaba en casa Al otro lado del silencio de Ángeles del Infierno, y eso me agradaba. Hoy estoy seguro de que lo que hacía era disfrutar de Miles Davis y su Kind of blue; eso me satisface y me hace comprender aquella forma de caminar que tenía en el pasillo.

Felisa se fue sin avisar para casarse cuando habían pasado dos meses. Ella nunca supo el daño que le hizo a aquel chaval de 16 años con la cara marcada por el acné, los vaqueros llenos de parches musicales y el bigotillo de pelusa. No, el enfado no era por lo de su matrimonio. No nos avisó, otro desprecio más.

Su baja la cubrió el sustituto de la sustituta, un cabrón que nos hacía copiar apuntes sin ninguna finalidad.

Cuando Felisa regresó ya nada fue igual. A aquel chaval ahora ella le parecía otra persona, algo más feliz, algo más distraída y menos preocupada por sus alumnos.

La profesora titular volvió y la luz azul que iluminaba la hora de Literatura se fue apagando en favor del amarillo rancio que portaban sus folios. En un par de semanas se me olvidó el interés por la literatura, pero siempre se mantuvieron en el recuerdo aquellos poemas y canciones desechados que Felisa consiguió inspirar en mí.


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