La imaginación es nuestro primer privilegio. Inexplicable
como el azar que la provoca
L. Buñuel
Contaba su hermana que Buñuel salió una vez disfrazado en un
festival de la escuela, blandiendo unas tijeras y cantando: «Con estas tijeras
y mi espada y mis ganas de cortar, me voy a España a armar una verdadera
revolución». ¿No podemos considerar esto una auténtica profecía?
Mi interés por Buñuel lo despertó un peculiar profesor
universitario que decidió proyectarnos El ángel exterminador para hacernos ver
en imágenes lo que expresan las palabras en los textos surrealistas. Sus
películas han ido desfilando por la pantalla de mi casa desde entonces.
Buñuel nunca tuvo intención alguna de escribir una
autobiografía. Pero Jean-Claude Carrière, su mano derecha en el cine durante
más de veinte años, se empeñó en recoger los recuerdos del aragonés entre
rodaje y rodaje. Buñuel accedió a que su gran amigo le ayudara a publicar esos
recuerdos un año antes de su muerte en Mi último suspiro, pero dejó bien claro
sus intenciones: «Mis errores y mis dudas forman parte de mí tanto como mis
certidumbres. Como no soy historiador, no me he ayudado de notas ni de libros
y, de todos modos, el retrato que presento es el mío, con mis convicciones, mis
vacilaciones, mis reiteraciones y mis lagunas, con mis verdades y mis mentiras,
en una palabra: mi memoria».
La vida de este genial artista se lee como una novela. Es pura
literatura y cine a la vez. De su cosmovisión podemos extraer todo un tratado
sobre la vida, y también de la muerte. Que nazca con el siglo XX y muera con
este agonizando, que conociera a grandes personalidades o fuera amigo de muchas
de ellas como Lorca, Dalí, Unamuno, Magritte, Epstein, Primo de Rivera, Alfonso
XIII, Salinas, Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Gómez de la Serna, Borges, Ramón
y Cajal, Juan Negrín, Crevel, Unik, M. Schultz, L. Aragon, Man Ray, Tristan
Tzara, Max Ernst, André Breton, Tanguy, Santiago Carrillo, Saint-Exupéry,
Lévy-Strauss, George Cukor, Hitchcock, John Ford, Fritz Lang (su inspiración) o
Woody Allen entre otros, permite que su biografía se convierta en un relato de
la historia del propio siglo.
Buñuel era hijo de un indiano acaudalado, pero siempre se interesó
por la clase baja. No era hombre de obras sociales, su aportación la hizo desde
donde mejor supo: el cine: «Siempre me ha parecido más atractiva la idea de
incendiar un museo que la de abrir un centro cultural o fundar un hospital». Se
ayudó del séptimo arte para mostrar lo
que en su juventud vivió, vio, sintió, soñó e interpretó en una España que aún vivía
en la Edad Media. La muerte, la fe y el
sexo fueron conceptos que se confundieron desde temprana edad y nunca dejarían
de acompañarlo. A ellos se unieron más tarde sus «placeres de aquí abajo», a
saber, el amor precedido del alcohol y
seguido del tabaco: «Los placeres,
siempre deseados, se saboreaban mejor cuando podía uno satisfacerlos. Los
obstáculos aumentaban el gozo». Pero, averigüen cuál se le daba mejor.
Es muy gratificante conocer de primera mano el encuentro en
la Residencia de Estudiantes entre Buñuel, el «aragonés tosco», Lorca, el «andaluz refinado» y Dalí, el tímido
pero insolente, extravagante y provocador. Su vida no hubiese sido igual si no hubiese
conocido a estos grandes de la cultura española. Allí se le reveló todo un
mundo nuevo al que él mismo contribuyó sin mayor esfuerzo. El momento en que le estampa a Federico sin
inmutarse «¿Es verdad que eres maricón?» no tiene precio. ¿Los enfados duran
para siempre o a veces duran lo que tarda en derretirse el hielo en una copa de
ron?
Pero una España medieval seguida de una España sumida en un
«odio irracional, brotado de un recoveco oscuro del inconsciente», no era el
escenario adecuado para el desarrollo de su genialidad. Francia y su otra
patria, México, se beneficiarían de su arte en primera fila, aunque Hollywood
intentase seducirlo a golpe de talonario, as usual. La industria americana no
comulgaba en absoluto con sus deseos y sus palabras hicieron temblar la
reputación del mismísimo Oscar por culpa de una broma muy buñuelesca. Los
americanos se sentían atraídos por lo que mostraba en sus películas, aunque no
entendían una sola palabra, una sola imagen.
El interés de Buñuel por los sueños y la ensoñación, esencia
de los surrealistas, tampoco fue entendido por la crítica. El artista nunca
dejó de asombrarse al verse sicoanalizado a través de sus obras. Idiotas. ¿No
comprenden que los sueños son inspiraciones y no perversiones? ¿No comprenden
que los sueños solo existen por el recuerdo que los acaricia? Esto es lo que él
siempre consideró interesante, algo de lo que siempre quiso hablar, incluso
durante el canto del cisne de su último suspiro.
Nota: Hoy se cumplen 31 años de la muerte de Luis Buñuel.
A mí también un profesor me puso a Buñuel, aunque no me apasionó como a ti. Si recuerdo el comentario de la cena en la que Hitchcock insistió en sentarse a su lado para preguntarle sobre aspectos técnicos de sus películas que es muy curioso si se tiene en cuenta que Buñuel es, en apariencia, un cineasta más bien intuitivo. Muy buena entrada.
ResponderEliminarEn la autobiografía hay infinidad de anécdotas que tú, como cinéfilo, disfrutarás de lo lindo. Por ejemplo, cómo rechazó un papel que le propuso Woody Allen. Así que, te recomiendo la su lectura.
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