Cuando era niño, Antonio jugaba con su
amigo Jorge. Sus padres les habían puesto las cajas de juguetes en el suelo del
comedor. Antonio se fijó primero en la caja de su amigo y protestó: esta tenía
más juguetes que la suya, o eso es lo que él creía. Se esforzó muchísimo en
dejarlo claro una y otra vez y, por mucho que los padres usaron cualquier tipo
de argumento para hacerle entender, Antonio no aceptó aquello y no paró hasta
que trasladaron algunos juguetes de la caja de Jorge a la suya. Jorge no
entendía nada y se mantuvo apartado y expectante durante mucho tiempo, en
silencio.
A los 12 años, los padres de Antonio y
Jorge decidieron dejarlos salir juntos.
Les pusieron un horario de vuelta y les dieron algo de dinero a cada uno. Aun
sin haberse fijado en lo que su progenitor le había dado, a Antonio le pareció
que el padre de Jorge había sido más generoso con este. Solo tuvo ojos para lo
que había percibido su amigo y determinó que era mucho más de lo que a él le
habían aportado. Una auténtica injusticia, pensó Antonio, y decidió que ya no
tenía ganas de salir.
Agolpados tras las listas del tablón de
anuncios, los resultados de las pruebas de selectividad arrojaron un 8.2 para
Antonio. Jorge le sonrió y, con un golpe en la espalda, lo felicitó
entusiasmado. Ambos se abrazaron. Pero Antonio se dio la vuelta y deslizó su
dedo por el papel hasta alcanzar el apellido de su amigo. Todo se vino abajo:
Jorge había obtenido un 9.1. Intentó disimular su reacción, pero un ardor le
recorría el cuerpo. Hizo un comentario insincero y adujo excusas poco claras
para marcharse de allí.
Aunque Antonio se fue a estudiar a
Salamanca y Jorge a Barcelona, años más tarde coincidieron en la misma empresa
aeronáutica. La amistad entre ambos no era la de antaño y ya no hablaban como
antes. Antonio se enteró por un compañero de que Jorge atravesaba económicamente
un mal momento. Sus padres habían muerto y le habían dejado como herencia una
multitud de deudas.
Cuando llegó Navidad, los jefes
decidieron hacer regalos económicos a sus trabajadores. La empresa no supo
elaborar con elegancia la entrega de estos premios y adjudicó directamente
sobres con dinero en mano. Cuando estaban haciendo el brindis de despedida,
Jorge fue al servicio y dejó el sobre a la vista de Antonio. Una fuerza
misteriosa, pero extrañamente conocida, hizo que Antonio comprobara el interior
del envoltorio sepia. Vio que su amigo Jorge tenía el sobre prácticamente vacío
y que, curiosamente no se había quejado. Esto lo dejó helado, pues su propia
moral le avisaba de la situación controvertida en la que se encontraba. Aun
así, le restó importancia, cerró su propio sobre y lo apretó con su mano
derecha para que no se le escapara de allí dentro ni un solo céntimo.
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