La
muerte de nuestra vecina Elsbeth nos ha reabierto un debate que
teníamos un poco aparcado hace tiempo: ¿Cómo afrontar nuestra
despedida con dignidad, sabiduría y calma?
Elsbeth
era una mujer independiente, con estilo, autosuficiente, singular. Su
modus vivendi en perfecta armonía con la naturaleza y con
el
meollo de la vida hicieron de ella una persona especial. Una mujer
con una capacidad para estar en situaciones donde hay que estar y una
capacidad para desaparecer, echarse a un lado, cuando hay que
hacerlo. Esas son, a nuestro juicio, las mejores cualidades de un
vecino; y por extensión, las de un familiar o amigo.
Elsbeth
nos había avisado de su despedida hacía ya un buen tiempo. Y lo
hizo a su modo, de la mejor forma: se asomó a la valla que separa
nuestras casas para saludarnos y preguntarnos qué tal había ido el
día. Nadie nunca nos había hablado de su propia muerte con tal
aplomo, seguridad y cierta felicidad. Nos
compartió su destino con una naturalidad envidiable. Aquellas
palabras que transmitió e hizo llegar desde su parcela a la nuestra
fueron las más cálidas que hemos escuchado nunca. Y para que no
quedara duda de su propósito, las acompañó con su eterna sonrisa,
plácida.
Después
de conocerla, esa valla siempre nos pareció imaginaria, metafórica.
Era solo una línea que obligatoriamente debe existir entre dos
mundos, el margen al que debe asomarse alguien cuando se le pide y
retirarse cuando haga falta.
El
primer legado que nos ha dejado
consiste en recordar, recordar
lo importante.
Es
decir, volver al
significado etimológico de la palabra recordar: traer al presente
desde el pasado algo habiéndolo hecho pasar por el corazón. Es una
pena que el significado de esta palabra haya evolucionado tan
desfavorablemente en nuestro idioma, que se haya perdido esa creencia
de que el corazón es la sede de la memoria. Ortega
y Gasset lo dejaba perfectamente plasmado en su obra: "El
yo pasado, lo que ayer sentimos y pensamos vivo, perdura en una
existencia subterránea del espíritu. Basta con que nos
desentendamos de la urgente actualidad para que ascienda a flor de
alma todo ese pasado nuestro y se ponga de nuevo a resonar. Con una
palabra de bellos contornos etimológicos decimos que lo recordamos
—esto es, que lo volvemos a pasar por el estuario de nuestro
corazón—".
El
segundo legado ha dado como resultado un acuerdo. Elsbeth no era una
mujer religiosa, pero era enormemente espiritual. Sus ejercicios
semanales de relajación y de contacto con la naturaleza se
trasladaban hasta nuestra casa y se colaban en nuestro hogar. Aún
hoy siguen llegando y lo seguirán haciendo por siempre. Por
ello, hemos vuelto a echar mano de la etimología y
del
significado histórico de la palabra acordar: unir los corazones.
Unir los
corazones
para hacer
juntos
el
recorrido.
Por
todo ese legado, estamos totalmente agradecidos.
Gracias,
Elsbeth. Y buen viaje.
Hemos
acordado recordarte siempre.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarORIENTE
EliminarEsta dulce sensación
de haber dejado atrás las ambiciones
y ver, al otro lado del espejo,
el amanecer de una vejez siempre añorada.
Esta dulce sensación
de flotar inerte en el río del tiempo,
esperando,
en las tranquilas aguas de la desembocadura,
el abrazo definitivo del océano.
Creo que esa es una buena definición (y además poética) del legado que se quiere expresar
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
Eliminar