Palau Sant Jordi, 26 de noviembre de 2016
En la cabeza se mezclaban las melodías recordadas de The Cure y acabamos determinando la enorme trascendencia de su obra. Por poner solo algunos ejemplos, su influencia en bandas posteriores es más que notoria en artistas como Marilyn Manson, en cuanto a estética y letras; en Korn, sobre todo en lo que a letras se refiere; en A Perfect Circle, en un poco de todo; o en los españoles Héroes del Silencio, en letras, cierta estética y arpegios.
Su sonido se ha movido entre el ritmo veloz del post-punk,
pasando por la optimista new wave británica, la electrónica y el muy
característico y estandarte de la banda: el rock gótico. Y todo eso junto es
The Cure, una banda que se adelantó a su tiempo: sus canciones más antiguas
suenan aún jóvenes y esto es lo que mantiene su modernidad imperecedera.
El Palacio de Sant Jordi cambiaba su look después de haber
recibido a un repelente Justin Bieber unos días antes. En fin. Esta vez la
noche aportaba el perfecto escenario para que los fans de The Cure se sintieran
en su hábitat natural.
Escrupuloso sistema de seguridad y adentro.
The Twilight Sad sale a escena a intentar armar algo de
ruido, pero la cosa se quedó en el intento. Está claro que buscaron a los tipos
apropiados como teloneros, pues el sonido de este grupo se mueve entre los
Keane más oscuros y los propios Cure, aunque con una destacada falta de
identidad. Un sonido mediocre dentro de un set cortito que sirvió sobre todo
para que algunos se pusieran hasta arriba de cervezas servidas en vasos serigrafiados
con el logo de las estrellas de la noche. Un bonito recuerdo.
A la hora acordada, los miembros de la banda salen en
rigurosa fila india atravesando el escenario de un lado a otro. Un tímido gesto
hacia el público y arranca Open para calentar el ambiente. Funciona.
Las introducciones agradecidas de las canciones de The Cure
-dos pasadas más de lo habitual al estribillo, muchas veces unos 2 minutos- nos
meten de lleno en ese ambiente onírico y triste que se traduce en el espectador
en un despertar elocuente. Tras la sugerente Kyoto Song y la
introspectiva Night Like This, llegó el toque electrónico con The
Walk y su ritmo bailongo, que puso a menear la cabeza al personal para que
se entregara a continuación al primer plato fuerte de la noche, Push:
"Go, Go, Go! Push
him away. No, no, no! Don't let him stay...".
Robert Smith es una estrella que no quiere serlo, pero la
estrella todavía brilla. Simplemente sale al escenario enfundado en su riguroso
negro y sus variadas guitarras, el pelo cardado allá por los primeros años 80,
su extremado maquillaje blanco que resaltan los labios y los ojos, que cuentan
sus ocurrencias vitales que transforma en canciones.
A estas alturas el líder, cantando por debajo del micro,
alzaba la mirada, abriendo y cerrando los brazos para ir soltando su voz
descarnada en las letras de una lista enorme de canciones como In Between
Days, Pictures Of You, Primary, Lovesong o Just Like Heaven, en la
que sonaron los teclados más gloriosos que nunca.
La actuación estuvo marcada por una fantástica línea de
bajo, que suena potente, por encima del resto de instrumentos, con un ritmo
pegadizo capaz de sostenerse por sí solo. A los mandos de las cuatro cuerdas
iba un chaval con apariencia rockabilly, ataviado con una camiseta de Iron
Maiden. Ese chaval que carga su instrumento sobre sus esqueléticas rodillas
tiene 56 años y se llama Simon Gallup, el único componente que se movió por el
escenario en toda la noche: se subía al monitor y asomaba la cabeza que emergía
de su minúsculo cuerpo. Ya se sabe cómo va esto: la música de The Cure no
invita al movimiento exactamente, sino más bien al dulce estatismo o al ritmo
interior de la cabeza.
Tras 16 canciones, la banda hace su primera parada, que
sirve para recargar de oro líquido los vasos personalizados al módico precio de
2 € (vacío).
Arranca el primer bloque de bises, quizás el más flojo de
los tres que componen la segunda parte del concierto. Pero se salva
perfectamente con Burn, BSO de El Cuervo, y la hipnótica A
Forest.
El segundo bloque alcanzó el éxtasis total con unas
emocionantes y roqueras Never Enough y Wrong Number.
Los apoyos visuales emitidos a través de las pantallas
crearon un perfecto ambiente lisérgico. Una tremenda tela de araña se posó en
la gigante pantalla durante la interpretación de Lullaby, ya en el tercer
y último bloque. Robert abría los ojos de par en par y le sacaba la lengua
tímidamente a la primera fila del público. Por un momento pareció que él mismo
se había enredado en su propia trampa mortal. Alucinante.
Esta última parte nos ofreció sus grandes éxitos comerciales
para delirio del público asistente: Close to me, Boys Don't Cry, Lullaby,
Lovecats o Friday I'm In Love. Con Why Can't I Be You?,
canción número 32, se dio fin a un concierto de casi tres horas, un regalo muy
generoso que no se torna cansino. Eso sí, evita que el público pida otra.
No hubo sorpresa alguna en el concierto. Sin embargo, queda
como una experiencia introspectiva que no se va a olvidar fácilmente. Moltes
gracies.
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