La
sensación de que pudiéramos estar ante el ocaso de algunas de las
grandes bandas de hard rock y heavy metal se nos introdujo en la
cabeza camino de Can Zam. Pero las sensaciones cambian con los
estímulos exteriores. Y en esto de la música, en esto del rock, son
muchos.
Sábado
16
A
partir de la estación de la Sagrera, los vagones del metro se tiñen
de negro con la vestimenta de la muchedumbre. Algunas manos que salen
de las camisetas con anagramas lían tabaco en sus correspondientes
papelillos, retando el pequeño traqueteo del vagón.
Al
salir por la boca del metro en Can Zam ya se oyen los acordes en
quintas y el doble bombo. Los papelillos comienzan a arder. ¡Vaya,
todos no portan tabaco exactamente!
Armored
Saint nos reciben en el Rock Stage. El calor invita a la primera
caña de la tarde y a buscar refugio cerca de los aspersores que
salen de lo alto de las barras. En el Fest Stage comienzan a sonar
Unosonic: "¡Cuánto me recuerda esa voz a Helloween, a Michael
Kiske... Un momento, ¿ese guitarrista no es Kai Hansen?". El
enigma va quedando resuelto: "¡Alto ahí!, eso es Time of March
y ese riff, ¡aaauuu!, ¡I want out!". Qué grata sorpresa, les
teníamos la pista perdida a estos grandes del power metal, pero ahí
están tan frescos como siempre.
Tras
los martillazos de Over Kill, salen Barón Rojo. El
respeto ante la veteranía hace que prestemos atención hacia un
grupo que en los 80 se subía al escenario junto a los Maiden y que,
sin embargo, sale a escena como si estuviera en el garaje de su casa.
Los intentos de Carlos de Castro, a veces desafinados y aflamencados,
no pueden salvar un sonido horrible, que no se arregla en ningún
momento. Los nostálgicos intentan ayudar coreando "¡Malo, seré
Malo!" o "¡Cueste lo que cueste, digan lo que digan!"
con memoria de bareto sudoroso. ¿Les están haciendo una broma desde
la cabina de sonorización? Una pena, porque ganas no les faltan,
sobre todo a Armando, que se desempeña en sus solos como un chaval.
Cualquiera se hubiese bajado del escenario para dar un par de
tortazos al técnico. Pero claro, "su rollo es el rock" y
su clásico Resistiré hasta el fin parece ser el resumen de
su set.
Iron
Maiden, la Banda. Con puntualidad inglesa, como lo fue todo en
este festival, el Ed Force One aterriza en Can Zam a través de las
enormes pantallas colocadas a ambos lados de los escenarios. La
Eterna Doncella presenta su nuevo trabajo The Book of Souls en
la primera parte del concierto e incluye sus grandes clásicos en la
recta final.
Entrada
épica y humeante: Bruce Dickinson de espalda, en la parte alta del
escenario, recitando. Suenan los primeros acordes y, desde varias
zonas del escenario, aparece el resto de miembros: "Reef in a
sail at the edge of the world / if the eternity should fail / Waiting
in line for the ending of time / if the eternity should fail".
Así siguen otras composiciones, entre las que caben destacar la
inmensa The Red and The Black o la melódica Tears of the
Clown, un tema que instrumentalmente mantiene una sensibilidad
acorde a su letra dedicada al fallecido actor Robin Williams.
Suena
el riff de uno de los grandes clásicos de la
noche: The Trooper. Dickinson, con casaca roja, enarbola la
bandera de Gran Bretaña en lo alto de la pasarela. El público
enloquece. ¡Al ataque!
Steve
Harris, creador y cerebro de la legendaria banda, aprieta los dientes
mirando hacia el público y toma las riendas de su caballo-bajo para
galopar al ritmo que su intención requiere. Inmortal.
Dave
Murray y Adrian Smith siempre atentos para que todo suene a la
perfección, mientras el flaco Janick Gers corretea todo el rato, da
vueltas a su guitarra alrededor del cuerpo, sube su pierna izquierda
con una elasticidad pasmosa y la coloca en ángulo recto sobre el
enorme amplificador. Nicko McBrian impertérrito tras los parches,
marcando el ritmo con contundencia.
Se
incrusta algún que otro tema nuevo entre Powerslave y
Halloweed Be Thy Named y a la carga con Fear of the Dark.
Solo con oír las dos primeras notas de la guitarra, el público
corea la melodía con un afinadísimo "ooooh ooh ooh ooooh
ooooh, fear of the dark, fear of the dark".
Bruce
Dickinson está fantástico. No para de moverse por las pasarelas
interpretando teatralmente sin que sus notas se vean alteradas. Un
tipo que hace unos meses superaba un cáncer, parece ahora no tener
límite: hace cálculos sobre la cantidad de asistentes, sonríe,
provoca sonrisas, atisba las banderas de diferentes nacionalidades
que se encuentran entre el público y pone el recinto a chillar de
emoción al recordar al respetable que esa noche no hay política ni
religiones, solo música. La magia del rock.
La
puesta en escena es tremenda: diferentes máscaras que usa el
cantante, chaquetas, estandartes, pirotecnia, hinchables gigantescos
o cúpula móvil con las diferentes formas de su mascota, Eddie sobre
zancos jugando a cazar a los músicos y los 15 diferentes telones de
fondo que cambian cada vez que finaliza una canción y empieza la
siguiente.
Patas
arriba el recinto, se manifiestan The Number of the Beast y
Blood Brothers, para concluir con una entrañable y apropiada
Wasted Years, que nos hizo creer que todo este tiempo
esperando para ver a la Doncella ha valido la pena. "Los Maiden
son los Maiden, y nunca decepcionan", se oye decir justo detrás
de nosotros a un sexagenario. Thank you.
Es
el momento para comentar los detalles del tremendo espectáculo que
ha dejado allí la banda inglesa mientras salen a escena Loudness.
¡Cuánto le gusta a un virtuoso japonés articularse sobre el mástil
de una guitarra!
Rata
Blanca prueban suerte en su esperado regreso, con su cantante de
imagen a lo Steve Perry de Journey. La idea es subirse de nuevo a un
escenario para intercambiar sensaciones: volver o dejarlo correr. No
seremos nosotros quienes resuelvan la incógnita. Pero suenan muy
bien.
Doro.
Hasta las 00.40, la hora prevista, esperamos para ver a la
impresionante guerrera teutona sobre las tablas. Difícil papeleta
tenía para desperezar a la audiencia, que empezaba a notar el
cansancio. Pero la concurrencia se mantuvo fiel y la de Düsseldorf
resolvió paseando por el escenario y moviendo cuerpo y cuello de
forma imparable.
Doro
expone su heavy metal fresco, aunque para nuestro gusto un poco plano
ya. Mantiene sus notas a la perfección durante toda su actuación,
incitando al público metalhead para que despierte de su cansancio
con himnos como I Rule The Ruins. Y así lo hace. Cuando llega
la esperada All We Are, puño en alto, yeah, y calabaza,
calabaza... No hubo mejor cierre posible.
Domingo
17
El
doble bombo infernal de Obituary sonaba en el Rock Stage
cuando asomábamos la cabeza al recinto. Momento perfecto para la
hidratación de cebada y echar un vistazo al merchadising y a la
carpa anexa, donde los más valientes se atrevían con el karaoke
rock.
La
tarde se animaba en el Fest Rock con el virtuosismo guitarrero de
Impelliteri. Hard rock de bella factura.
Anthrax.
Con la formación original se presentaba en Can Zam la banda más
gamberra del thrash metal. Poco a poco fueron contaminando al público
de su energía, sobre todo la que demostró el siempre irreductible
Scott Ian. Con las masas achicharradas por el sol que golpeaba en
nuestras nucas, sonaron aquellas versiones que les hicieron tan
famosos. Fue el momento en el que nos pusieron a cantar Got the
time tick-tick-tickin' in my head y You're anti, You're
antisocial a grito pelado, mientras el sol bajaba y, justo por el
lado contrario, la luna salía tras el escenario (when the sun
goes down, si fuera David Coverdale quien describiese la escena,
ese momento mágico para la metamorfosis nocturna).
La
barca vikinga de Amon Amarth navegaba en el Fest Stage para
que sus múltiples seguidores se sumaran a una fiesta pagana llena de
cuernos de cerveza.
¿Quiénes
son hoy en día Thin Lizzy? ¿Es la banda, un tributo de la
banda o qué demonios es? A la banda del añorado Phil Lynnot y de la
que formara parte el gran Gary Moore, se le han sumado Tom Hamilton
de Aerosmith y Scott Travis de Judas Priest. Recordaron clásico tras
clásico como Black Rose o Jailbreak y entusiasmaron a
los más veteranos, y a los que no lo eran tanto, con The Boys Are
Back In Town, para cerrar en forma de fiesta irlandesa con
Whiskey In The Jar. Fantástico.
Whitesnake,
el Hombre. Sinceramente, no tiene sentido alguno encadenar dos giras
durante dos años, la del Purple Album y la de Greatest Hits. Desde
mayo de 2015 la banda sale a escena cada noche prácticamente, sin
parar. Pero ahí estaban, o mejor dicho, ahí estaba el hombre, David
Coverdale. Por mucho aguante que se tenga, el cansancio y la edad
merman el rendimiento. Al menos el de los hombres. Y David Coverdale,
aunque no lo parezca, es un hombre. A los vocalistas, al menos a los
humanos, se les va estropeando su instrumento, no como al resto del
grupo que siempre puede cambiar las cuerdas de su guitarra o los
parches de su batería. La interpretación de Coverdale, un tanto
alejada de aquella maravillosa voz de la que disfrutamos en La
Riviera de Madrid en 2008, fue bastante aceptable, no nos engañemos.
Incluso hubo muchos destellos de antaño.
Dicho
esto, el setlist dejó contento a todo el mundo. Coverdale es un
frontman que, en cuanto pone un pie sobre el escenario, ya tiene
ganada a la mayoría del público. Se pasea por el escenario como por
el salón de su casa en el Lago Tahoe, con una forma física
envidiable.
Después
de oír el clásico aullido "Are you ready?" empezaron a
sonar los grandes temas de los 80. Al finalizar la primera canción,
Bad Boys, bajo la atenta mirada de la luna sobre el escenario,
Coverdale abandonaba las tablas mientras sonaba aquello de "running
undercover of moonlight". El momento dio lugar a varias
interpretaciones. ¿Una preciosa coincidencia o el esfuerzo del
arranque en frío había pasado factura? La duda se diluyó
rápidamente cuando el cantante surgió tras el altar de la batería
y marcó la primera estrofa de Slide It In, a la que siguió
Love Ain't No Stranger.
Quizás
la inclusión en esta gira de un temazo como Judgment Day, que
sonó espléndidamente, pudiera ser una premonición con respecto al
futuro de la banda.
A
partir de ahí no había vuelta atrás y lo que tocaba era llegar a
esos imposibles agudos, siempre con el apoyo del resto del grupo. Con
enorme profesionalidad, Coverdale tomó el pie de micro como él solo
sabe, lo tiró hacia arriba del revés, lo giró entre sus manos, se
lo cruzó entre las piernas con sus ya característicos movimientos
sexuales de cock rock y espetó sin pensárselo un "¡Barcelonaaaaa!
¡It is On Fire!" para que comenzara la intro de la gran Fool
For Your Loving.
Coverdale
siempre se rodea de grandes músicos como el guitarrista Reb Beach;
algunos de ellos además vistosos, como lo es Joel Hoekstra, que puso
su melena rubia al servicio del rincón izquierdo del escenario.
Ambos desarrollaron sus correspondientes solos, muy correctos y nada
cansinos. Tras el interludio de la siempre envolvente Slow an'
Easy, el solo de bajo de Michael Devin sirvió para que Coverdale
volviera a descansar la voz y atacara de nuevo el reto de interpretar
Crying in The Rain.
Una
de las grandes atracciones de la noche fue volver a ver al gran Tommy
Aldrige junto a Whitesnake. Su interpretación fue perfecta y su solo
como siempre: genial, variado, imparable, tirando las baquetas al
público para terminar golpeando parches y platillos con sus manos y
puños como podemos ver en el Live... In The Still of The Night.
Recta
final con platos fuertes. Barcelona se convirtió en la ciudad del
amor cuando Michele Luppi introdujo al teclado Is This Love.
Sin pausa se inició Give Me All Your Love, brazos en alto y a
cantar. Here I go Again valió para que el frontman inglés se
reivindicara y Still of The Night, una de las mejores
canciones del hard rock, selló la actuación con el clásico
agradecimiento de Coverdale: “Be safe, be happy, and don’t let
anybody make you afraid! God bless you."
Twisted
Sister. La verdad es que Dee Snider lleva todavía la actitud del
rock en las venas. No para de correr por el escenario y de jalear a
las masas. Bien es verdad que tampoco hay que ser un portento para
interpretar el tono que marca la instrumentación de la banda. "We
Are Twisted Fucking Sister!", gritó el muy cabrón tras la
primera canción. Y ya está. Reunión de temas clásicos, no se
esperaba otra cosa: I wanna rock, The kids Are Back, I
am (I'm me) o el himno imperecedero We're Not Gonna Take It.
Suficiente para dejar el pabellón bien alto, aunque quizás sobrara
el exceso de palique del vocalista y sus pretensiones de dejar claro
que ellos han sido una auténtica banda de rock 'n' roll y de
asegurar que esa sí era su última gira, no como otros. Ya veremos.
Llegó
el momento de presentar a la banda y de hacer hincapié en el apoyo
rítmico que tenían detrás: "Mr. Mike Portnoy. Mike, es
increíble poder contar contigo". El que es uno de los mejores
baterías del mundo se mostró activo pero comedido, como estrella
invitada que era, sin variar demasiado las grabaciones originales de
la banda, no fuera que el Dios de las baquetas las convierta en otra
cosa.
Y
eso fue todo.
Si
tenemos que destacar algo de este festival nos quedaríamos con la
sobresaliente organización, algo muy habitual por tierras condales.
Pero no con el fervor de un público, que siempre se nos antoja un
tanto soso en esta ciudad.
Nunca
se nos olvidará aquel papá que se pasó todo el concierto con su
hijo en los hombros. Un niño que disfrutaba de la música con su
puño y su mano cornuta. Una imagen bella que hace recuperar la
sensación de la inmortalidad del rock.
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