9 de febrero de 2016
Teatro Joy Eslava (Madrid)
Cuando se lleva un buen tiempo esperando por ese concierto que crees que valdrá la pena y que te hará feliz, se crean expectativas que pueden desembocar en una auténtica tragedia. Es decir, que puede que lo que se esperaba no cumpla con lo esperado. En esta casa hemos aprendido eso desde hace mucho tiempo y esa es la premisa de la que partimos antes de acudir a un evento: intentar ir con las mínimas expectativas, en la medida en que esto pueda ser posible, y esperar a ver qué pasa. Era la primera vez que nos saltábamos esa regla. Pero, afortunadamente, no hubo consecuencias negativas.
Extramuros
A mediodía nos acercamos al callejón de San Ginés para ojear el acceso a la Joy Eslava y -ya puestos- con la tonta esperanza de ver llegar a los artistas al teatro. Sentados en la chocolatería del mismo callejón, conocimos a David, un chaval de Vallecas que, además de batear en Clave Zero, toca en dos bandas más; un batera fanático del rock y el metal y superfan de Mike Portnoy. Allí lo vimos erguido, nervioso, moviéndose de un lado a otro, y lo invitamos a sentarse con nosotros. Más tarde apareció Pedro, un periodista extremeño que trabaja para Canal Extremadura, que toca el bajo en un par de grupos y que había viajado desde Plasencia acreditado para entrevistar a Billy Sheehan (lo oiremos en su programa de radio). La tonta y esperanzadora estancia se convirtió en una agradable conversación musical y cinéfila.
Sin previo aviso apareció Billy Sheehan, un tipo enorme de tremendas zancadas, tan largas que casi no pudimos reaccionar a tiempo. David llamó su atención y él se giró justo en la puerta para decir que ahora no podía, que tenía la prueba de sonido y que volvería en unos minutos. Ese momento nunca se produjo.
El frío se colaba en el callejón (unos 10° con una inusual humedad en la capital de un 94 %), pero allí nadie se movía de la mesa por si se producía la aparición wineryana. Cuando en la mesa solo se encontraban justo los dos que más esperaban el momento, aparecieron Richie Kotzen y Mike Portnoy. Mike, sonriente como siempre y con su forma eléctrica de caminar; Richie con su atuendo monacal para pasar desapercibido, tanto que no nos dimos cuenta de que era él hasta un poco más tarde.
Se oyó la voz de alarma y saltamos de la mesa. David sacó su disco para que le estamparan la firma y el que escribe le iba dando a la cámara con el dedo, que se había tranquilizado gracias al frío. Kotzen, en segundo plano, le hacía burlas a Portnoy mientras este las recibía estoicamente y nos hablaba: "¡Ok, ok, man, quick, quick!". Hecho. Apenas pudimos balbucear un Thank you que en realidad significaba me acabas de hacer muy feliz.
A mediodía nos acercamos al callejón de San Ginés para ojear el acceso a la Joy Eslava y -ya puestos- con la tonta esperanza de ver llegar a los artistas al teatro. Sentados en la chocolatería del mismo callejón, conocimos a David, un chaval de Vallecas que, además de batear en Clave Zero, toca en dos bandas más; un batera fanático del rock y el metal y superfan de Mike Portnoy. Allí lo vimos erguido, nervioso, moviéndose de un lado a otro, y lo invitamos a sentarse con nosotros. Más tarde apareció Pedro, un periodista extremeño que trabaja para Canal Extremadura, que toca el bajo en un par de grupos y que había viajado desde Plasencia acreditado para entrevistar a Billy Sheehan (lo oiremos en su programa de radio). La tonta y esperanzadora estancia se convirtió en una agradable conversación musical y cinéfila.
Sin previo aviso apareció Billy Sheehan, un tipo enorme de tremendas zancadas, tan largas que casi no pudimos reaccionar a tiempo. David llamó su atención y él se giró justo en la puerta para decir que ahora no podía, que tenía la prueba de sonido y que volvería en unos minutos. Ese momento nunca se produjo.
El frío se colaba en el callejón (unos 10° con una inusual humedad en la capital de un 94 %), pero allí nadie se movía de la mesa por si se producía la aparición wineryana. Cuando en la mesa solo se encontraban justo los dos que más esperaban el momento, aparecieron Richie Kotzen y Mike Portnoy. Mike, sonriente como siempre y con su forma eléctrica de caminar; Richie con su atuendo monacal para pasar desapercibido, tanto que no nos dimos cuenta de que era él hasta un poco más tarde.
Se oyó la voz de alarma y saltamos de la mesa. David sacó su disco para que le estamparan la firma y el que escribe le iba dando a la cámara con el dedo, que se había tranquilizado gracias al frío. Kotzen, en segundo plano, le hacía burlas a Portnoy mientras este las recibía estoicamente y nos hablaba: "¡Ok, ok, man, quick, quick!". Hecho. Apenas pudimos balbucear un Thank you que en realidad significaba me acabas de hacer muy feliz.
Con bastante puntualidad apareció en el escenario la banda inglesa Inglorious. Un buen nombre para una banda que dará mucho de qué hablar en breve en la escena hardrockera europea. Su set estaba preparado a la perfección para el tiempo que tiene una banda telonera. Así, arrancaron sin contemplaciones con un riff muy cañero que el público recibió con gratitud, mientras el cantante de la banda bajaba las escaleras histriónico, arreglándose el pelo a lo Robert Plant. Ya estábamos pensando en lo peor, cuando se apoderó del micro y emitió las primeras sílabas. Al rato ya se le había quedado un tanto corto el escenario y, sin embargo, le sobró espacio para mostrar sus cualidades vocales. El batería aporreaba los parches como si fueran de usar y tirar. El bajista nos recordó a Michael Anthony de Van Halen. La formación se completaba con dos correctos guitarristas, uno de ellos un exótico sueco que tuvo un extraño problema con su instrumento, que se solucionó justo cuando entraba su solo de guitarra en un blues muy bien ejecutado. Las influencias de Led Zepelin, Deep Purple o Whitesnake eran evidentes y metieron al público en vereda cuando nos hicieron corear a todos el I surrender de Rainbow y remataron con su single Until I Die. Fue el momento en el que el cantante echó una ojeada al teatro y recordó a David Coverdale y su ya clásico grito de guerra: "¡It is on fire!". Ya estaba todo dicho.
Los Perros salen a escena
V = (c + h) × a
(La valía de alguien es igual a su conocimiento,
más su habilidad, multiplicado por su actitud)
Víctor Küppers
Portnoy pone la interacción verbal y el ritmo hipnotizador de la banda; Sheehan, la ejecución y los gestos; y Kotzen, la presencia, la voz y el buen hacer. Todos juntos, una enorme calidad y muchísima melodía.
Al arranque inicial y arrollador de Oblivion, le siguieron Captain Love y un We Are One que hizo desenvainar las lenguas de los asistentes. Llega el momento para el sonido más funk de la banda, sin perder nunca la base rockera, con su Hot Streak, título de su segundo álbum. Y vuelta a la carga con el How Long de puño en alto, para dar paso a Time Machine. Un tema que no se incluía en la edición europea de la citada obra y, sin embargo, es un tema indispensable que recuerda mucho a Mr. Big (Billy Sheehan), donde el trío se funde en una sola voz con un estribillo pegadizo y efectivo.
Durante todo este tiempo, Portnoy pone su atención tanto en el público como en sus compañeros, haciendo guiños y gestos cómplices para atacar un estribillo o pausar la canción con un cambio de ritmo perfecto. Verlo tocar es una gozada: goza y hace gozar. Su mano izquierda tiene cinco funciones: darle a la caja y platos en el momento justo, golpearse la cabeza con los nudillos, hacer movimientos giratorios con la baqueta entre los dedos, soltarla al aire y recogerla, y señalar a cualquier parte de la sala para que se produzca la ósmosis entre el artista-emisor y el público-receptor. Su solo no fue gran cosa, ¿para qué nos vamos a engañar? Cada canción estaba interpretada con tanto magisterio que no hacía falta demostrar nada más. Esto no iba de demostraciones virtuosas, esto era hard rock, eso sí, de altísima calidad. No obstante, salió de la batería con sus baquetas y marcó ritmos por el suelo del escenario, en los monitores, en el bajo de Sheehan y hasta lo intentó en la guitarra de Kotzen.
Al arranque inicial y arrollador de Oblivion, le siguieron Captain Love y un We Are One que hizo desenvainar las lenguas de los asistentes. Llega el momento para el sonido más funk de la banda, sin perder nunca la base rockera, con su Hot Streak, título de su segundo álbum. Y vuelta a la carga con el How Long de puño en alto, para dar paso a Time Machine. Un tema que no se incluía en la edición europea de la citada obra y, sin embargo, es un tema indispensable que recuerda mucho a Mr. Big (Billy Sheehan), donde el trío se funde en una sola voz con un estribillo pegadizo y efectivo.
Durante todo este tiempo, Portnoy pone su atención tanto en el público como en sus compañeros, haciendo guiños y gestos cómplices para atacar un estribillo o pausar la canción con un cambio de ritmo perfecto. Verlo tocar es una gozada: goza y hace gozar. Su mano izquierda tiene cinco funciones: darle a la caja y platos en el momento justo, golpearse la cabeza con los nudillos, hacer movimientos giratorios con la baqueta entre los dedos, soltarla al aire y recogerla, y señalar a cualquier parte de la sala para que se produzca la ósmosis entre el artista-emisor y el público-receptor. Su solo no fue gran cosa, ¿para qué nos vamos a engañar? Cada canción estaba interpretada con tanto magisterio que no hacía falta demostrar nada más. Esto no iba de demostraciones virtuosas, esto era hard rock, eso sí, de altísima calidad. No obstante, salió de la batería con sus baquetas y marcó ritmos por el suelo del escenario, en los monitores, en el bajo de Sheehan y hasta lo intentó en la guitarra de Kotzen.
Sin pausa pero sin prisas suenan los primeros acordes de Empire y el público que conocía la letra de la canción hizo suyo el estribillo, como si se lo redirigiéramos a la banda, porque "debes saber que cuando te vayas, este imperio caerá ante ti". Este subidón pedía un momento de tregua. Billy y Mike abandonan el escenario dejando la batuta a Richie, que se calza la guitarra acústica para introducir Fire, una balada un tanto ñoña que se transforma en un verdadero temazo cuando la interpreta el vocalista. En el segundo acorde, parte del público pidió silencio absoluto y el resto obedeció respetuoso tras un "¡We Love You, Richie!" de una enfervorizada seguidora. Pero no solo las féminas se estremecieron con la voz del solista. Todos caímos rendidos tras tener la oportunidad de responder a su "We are fire" con el consiguiente "and nothing but ashes remain". Este momento se volvería a repetir un poco más adelante cuando se sentó al piano para interpretar Think It Over y, ya enfilando la recta final del concierto, con Regret, ambas canciones con una carga de soul importante. Sencillamente, llenas.
Richie Kotzen es el resultado de una mezcla de timidez, introspección y genialidad. Un tipo que no sonríe más que unas décimas de segundo; que mueve sus hombros marcando ritmo y elegancia; que canta con gesticulación un tanto curiosa, entre la exageración y el disimulo, trabajando el equilibrio perfecto entre el estómago y la vocalización adecuada para lograr ese torrente de voz que raspa los graves y acaricia los agudos. Un tipo que toca magistralmente la guitarra sin púa, usando sus dedos pulgar e índice, de los que brotan solos con una naturalidad pasmosa.
Tras la ultrarrítmica The Other Side, es el momento para que Billy Sheehan haga en solitario lo que venía trabajando en grupo. Las notas iniciales de El vuelo del moscardón de Rimsky-Korsakov como punto de partida, que evocaba aquel famoso solo de Joey DeMaio, sirvieron de aguijón envenenado para cierto periodista español que, unos días antes, quiso obtener respuestas que tenía pensadas, intentando menospreciar el trabajo de la banda. Tras los argumentos dados por el bajista, no le quedó más remedio que reorganizar la entrevista y rendirse a las evidencias: demasiado buenos para algunos; como si eso fuera un defecto.
Sheehan es un tipo grande en todos los sentidos. A sus 62 años está pletórico: gira su cabeza marcando el ritmo desde el inicio del espectáculo y recorre el mástil de su bajo endiablado, realizando tappings que llenan los temas de forma extraordinaria, dejando ver para qué sirve la zona que va más allá del séptimo traste.
El ataque continúa con Ghost Town, el medio tiempo de I'm No Angel y una Elevate, que llevó una vez más a la audiencia a lo más alto. El espectáculo está a punto de acabar y una Desire inmensa abre varios caminos: Kotzen se sale a la guitarra; Sheehan ofrece las cuerdas de su bajo al público para que toquen los instantes previos del tatachán final; y en medio del escenario, Portnoy golpea los platillos con su butaca. En medio del griterío, el público asistente jadea pidiendo volver a empezar. Si fuera posible...
Nadie pudo quedar insatisfecho porque se cumplieron todos los propósitos de la música. Expectativas cumplidas y superadas.
Nadie pudo quedar insatisfecho porque se cumplieron todos los propósitos de la música. Expectativas cumplidas y superadas.
PD: Gracias a David y Pedro por su grata compañía y por su sabiduría musical. Y sobre todo, gracias a Chiqui, la mejor compañía posible como siempre, por su insistencia en que nos quedáramos en la chocolatería de San Ginés por si pasaban por allí algunos de los artistas que tanto admiro.
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