El
otro día tuve un sueño. I had a dream,
siempre quise decir eso. Soñé, bendita
ilusión. Quise también poder decir eso algún día. Soñé, como decía, que en
un reino muy muy lejano, en un tiempo muy muy cercano, el Dios de la Montaña
les pedía públicamente a los ancianos enfermos que se diesen prisa en morir,
que subieran al Monte Narayama para encontrarse con Él. Los pobladores de aquel
reino se sorprendieron y molestaron, pero este dios les dijo que no se
preocuparan y les explicó que todo era parte de un plan para mejorar las
condiciones de vida. Estas fueron sus ceremoniales palabras: “El peregrinaje a
la montaña es muy duro, pero mi pueblo es muy fuerte y lo entenderá”.
Todos
quedaron absortos en sus pensamientos. Hasta que la vieja Orin, a la que le
faltaban dos dientes, habló con voz convincente a los más viejos de la comarca:
“Yendo pronto le haremos un favor al Dios de la Montaña”. Tatsue, su hijo
mayor, la detuvo con el antebrazo. Pero ya era tarde, sus palabras se habían
instalado en la memoria del valle. Otra vez volvían los pensamientos
silenciosos. El Dios de la Montaña callaba y comenzaron los comentarios
ininteligibles de los miembros de la comarca. Fue en ese momento cuando la voz
divina descendió de nuevo: “¿No los obligo yo a vivir cuando desean morir? Pues
ahora yo mando morir. Gran hambruna caerá sobre este lugar a menos que los
ancianos se den prisa en morir. Por eso, los que están enfermos deben cruzar
los siete valles y alcanzar la cima del Narayama”.
Mientras
tanto, la serpiente que come ratones oteaba el escenario de la profecía desde
la casa del árbol.
Risuke, el maloliente e hijo pequeño de Orin, alzó
sus brazos y exclamó: "¿Por qué tenemos que mantener a las personas que
solo comen y beben y no hacen ningún esfuerzo? Yo despertaría sintiéndome mal
si fuese un viejo enfermo”. Todos los jóvenes se miraron asintiendo con sus
cabezas, cerrando el posible debate, y se dispusieron a entonar la Balada de la
Montaña:
Se nos ha
prohibido sentir
pero nos
ocultamos y sufrimos
El arroz blanco
nos regala calor
y la nieve de
lo más alto
nos brinda el
último paisaje
que hemos de
ver despiertos.
Entonces
abrí los ojos susurrando los últimos versos de la canción y recordando una
vieja película oriental. Me vestí, desayuné y abrí el periódico. Entonces me di
cuenta de que la legendaria historia de Narayama se había hecho realidad.
¡Pues va a tener razón mi padre! Lleva un tiempo diciendo que en un futuro no muy lejano, cuando nos hagamos viejos y dejemos de ser productivos, nos pondrán una inyección y asunto resuelto. Cruzar los siete valles y subir hasta la montaña me parece una idea mucho más romántica pero, qué sé yo, igual cuando llegue el día me da pereza y elijo la inyección...
ResponderEliminarTú tranquila,a tu pasito como siempre.
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