DOWNLOAD FESTIVAL MADRID 2019
De
antemano, el cartel de este año del Download Festival no parecía
acabar de convencer. Eso sí, los cabezas visibles eran suficiente
razón para decidirnos a cruzar el Atlántico una vez más. Pero
muchas veces las previsiones no se ajustan a la realidad y, en este
caso, para bien.
Viernes,
28 de junio
Nuestra
avanzadilla, Alfredo y David, se acercó el viernes para ver
principalmente a unos Papa Roach, que al parecer dieron todo lo que
pudieron, y a unos Scorpions que vinieron a cumplir el trámite que
Aqueronte les está ofreciendo desde hace tiempo. Pero ya se sabe, en
el rock no se jubila nadie. Amagan con ir al asilo y acaban escapando
por la ventana.
Sábado,
29 de junio
El
sábado se unió el segundo séquito, Suso y el que les escribe. La
atracción del día se centraba principalmente en Stone Temple Pilots
y Slipknot. No obstante, durante la tarde pudimos disfrutar de varias
sorpresas como la que ofrecieron El Altar del Holocausto en el
escenario 4. Muchas risas nos habían proporcionado previamente esta
banda madrileña, tanto por su nombre como por su estética
kukluxklaniana. Y es verdad que su indumentaria y el escenario lleno
de cruces tiran un poco para atrás, pero la banda hace un post rock
instrumental que crea una atmósfera bastante aceptable.
Rival
Sons fue una de las revelaciones del festival. Su sonido zeppeliano
setentero, agradable y muy honesto, se subió al escenario 2 para
trasladarnos a otra época, haciendo un contraste musical muy
adecuado con lo que habíamos escuchado hasta el momento. Actitud
estupenda de su cantante, que tiró de su fondo de armario para
involucrarnos en el ambiente que quiso, ayudándose de sus poses
afeminadas propias del mismísimo Robert Plant. Un auténtico cock
rock que tiró de la banda de una forma muy profesional, incluso
cuando el sonido les jugó una mala pasada en una de sus últimas canciones. La tarde ya estaba calentita.
Red
Fang se desempeñó bastante bien con su sonido punkero y canallita pero, para el que escribe, ese sonido nunca fue santo de su devoción y
mucho menos ahora. Me vale con un par de temas.
La
barca vikinga de Amon Amarth se volvió a subir al escenario tres
años después de haberlos visto navegando en el Rock Fest de Barcelona 2016, donde
nos dejaron con un buen sabor de boca. El cuerno de cerveza de Johan
Hegg se elevó varias veces en el escenario para delirio de los
asistentes, que no pudieron dejar de responder una y otra vez a las
salutaciones del frontman: "¡Skol!".
Stone
Temple Pilots había generado cierta expectación en cuanto al
rendimiento de su nuevo cantante. Salir a sustituir a nada más y
nada menos que al malogrado Scott Weiland no era una tarea sencilla.
Pero había algo con lo que algunos no contábamos y es que se trata
de un "triunfito" y estos saben emular a los artistas como
nadie. Aun así, la duda que nos quedaba era si desprendería el aura
de la banda. El chico lo clavó. A la voz, exactamente igual a la de
Weiland, quizás algo más limpia, unió las posturas propias de una
estrella del rock y se atrevió a añadir algo propio de los
"triunfitos" como bajar del escenario y desfilar entre la
multitud dándose un baño de masas. El público quedó entregado a
temas míticos como Plush, Down o Roll Me Under.
A
Slipknot se le conocen muy bien sus performances, que están llenas
de buen sonido, pirotecnia y un gran juego de luces. No
decepcionaron en su esperado regreso. Corey Taylor, quien combina
espléndidamente sus labores con Stone Sour, comandó a los
enmascarados para calentar el ambiente al máximo y volver a casa con
un sabor de boca espléndido. Por allí sonaron todos los temas más
esperados como Unsainted, Before I forget o una Duality que se coreó
como si fuera la última canción del mundo. Así cerraron una
grandiosa noche que nos dejó con muchas ganas de volver al día
siguiente.
Domingo,
30 de junio
El
domingo se nos unió el último eslabón de la cadena: Julio. Así,
ya todos juntos, volvimos a adentrarnos en los magníficos exteriores
de la Caja Mágica. Gran organización que dio la sensación de un
control y seguridad totales.
El
calor, protagonista de esta jornada, parecía que no iba a
superar el nivel del día anterior. Pero lo consiguió. Soluciones más
viables y rápidas: mojarse la cabeza en los grifos instalados en
algunos laterales y agenciarse unas cañas. Por lo demás, la organización salió al rescate haciendo subir a un
chaval con una manguera de bombero para regar constantemente al
público que ardía fervorosamente por la temperatura cercana a los
40° y el show que se marcaron los Brass Against. Todos entendimos lo
mismo cuando acabó su espectáculo a media tarde: menos mal que esto
no había sucedido en el tramo final del día; de lo contrario, nos
hubiesen tenido que sacar de allí con espátula. La banda pasa por
su filtro de instrumentos de metal canciones de Rage Against The
Machine, Tool o Audioslave. Y el resultado es impresionante. Se
vienen arriba comandados por una cantante, Sophia Urista, que vuelve
loco a todo el mundo, no solo porque no para de moverse y animar al
público, sino porque posee una voz prodigiosa. Se salió del
escenario para desorbitar a todo el público congregado ante el
escenario 2 y lo hizo corear como posesos aquellas "Fuck you, I
won't do what you tell me. Motherfucker!".
Toundra. Sin duda alguna, la banda madrileña
es una de las mejores en esto del post rock instrumental a nivel
europeo. Como siempre, se hicieron un setlist que crea
un ambiente apocalíptico que te hace viajar en el espacio y el
tiempo. Pero es verdad que pierde un poco al aire libre y con el sol
pegándote en el lomo.
En
el escenario 2 ya se preparaban Soulfly. Max Cavalera y los suyos ya
no suenan novedosos como antaño, pero pusieron toda la carne en el
asador, dirigiéndose al público de vez en cuando en un correcto español. Eso sí,
todas las miradas estaban puestas en su hijo, Zyon, que aporreaba los
parches de la batería como un auténtico poseso. De tal palo...
Por
allí estuvieron también Sum 41, quienes dieron todo y más sobre
el escenario matizando su actuación con algunas versiones de
clásicos del rock. Gran espectáculo que, sin embargo, este que les
escribe no sabe disfrutar como sus fans.
Y
llegó el momento más esperado: Tool. Una enorme estrella de siete
puntas se erigió en lo alto del escenario y el solar del festival se
llenó como nunca: unas 70 000 personas, según algunos medios de
comunicación. Dos pantallas enormes mostraban imágenes de los
vídeos hipnóticos para acompañar a las también hipnóticas
canciones perfectamente ejecutadas por cuatro enormes
músicos.
Arrancan en una comunión especial, con un sonido espectacular apoyado en las bases rítmicas de Danny Carey a
la batería y Justin Chancellor al bajo. La
guitarra de Adam Jones suena con una gravedad exclusiva, con un
groove contundente que te mueve el cuerpo con mucha facilidad.
Maynard
aparece en un segundo plano, en una tarima, con una estética
cyberpunk, cresta incluida, como extraído de una película
futurista, aferrado al micro y formando una imagen críptica muy enloquecedora.
Desde
los primeros acordes de Aenema el espectáculo fluye como la seda
pasando por grandes canciones como The Pot o Forty Six & 2. Los
riffs de Vicarious y Jambi encandilaron a un público totalmente
entregado, que llegó al éxtasis con el cierre de Stinkfist.
Interludio
El
paréntesis entre conciertos se hizo gracias a la coincidencia de la
Cabalgata del Día del Orgullo. Madrid se vistió de los colores del
arcoiris, pese a quien le pese, para dar paso a una alegría y
diversión catárticas, envolventes y muy disfrutables.
7 de julio de 2019
Acercarse
al Wanda Metropolitano tenía el atractivo de ver un moderno estadio
con una arquitectura espléndida, en el que seguramente se disfruta
el fútbol a tope, no solo por su entregada afición sino porque
desde todos los lados se alcanza a ver perfectamente.
Por
otro lado, no parece ser el mejor sitio para un concierto. Sus
problemas de acústica son bastante perceptibles desde un primer
momento. No obstante, nos encontrábamos allí para disfrutar de una
banda que durante décadas se encumbró como una de las mejores en
directo: Bon Jovi.
Comencemos
con un primer error. Para esta ocasión la organización del evento
eligió, no sé cómo demonios, a la banda nacional Marea como
teloneros. Incomprensible. Se trata de una banda que nada tiene que
ver con Bon Jovi, que declaró en su Facebook oficial de forma
despótica algo así como que el guapito de Nueva Jersey los había invitado a abrir para ellos y que habían aceptado para no hacerles
un feo. Ese rollo de ir de malote, de pseudoartista y pasota
está bien si eres elegante y tienes una legión de fans detrás de
ti. De lo contrario, quedarás como un idiota, que es justamente lo
que pasó.
Un
sonido atronador en el peor sentido de la palabra, demasiado alto,
sobre el que apenas se distinguía una sola sílaba que emitía el
cantante Kutxi Romero. Eso sí, los comentarios entre canción y
canción de esta mala copia de Extremoduro sobre Jon Bon Jovi, al que
el Kutxi Kutxi denominaba "el Rubiales", estaban
totalmente fuera de lugar. No he escuchado mayor ridículo de un
artista menor telonero conocido en los bares del pueblo de su natural
Navarra hacia otro artista mayor cabeza de cartel de una talla
internacional indiscutible. Ni una sola línea más sobre estos
indeseables.
Jon
Bon Jovi saltó al escenario como emergiendo delante de unas
pantallas enormes que se hubiesen podido ver desde el otro lado de
Madrid. Está físicamente perfecto, lo que le permite ejercer unos
movimientos sobre el escenario de líder indiscutible y una sonrisa
encantadora que enamora al más pintado. Eso es así. Cuando la
pantalla apuntó a Jon y este alzó los brazos sonriendo y mirando en
nuestra dirección, a la chica colombiana de la fila de atrás casi
le da algo y exclamó: "Ay, pero qué bello es".
Como
decíamos, el montaje del escenario es impresionante. En el previo, las enormes
pantallas nos vendieron la marca de salsa de tomate de Jon, su próximo crucero por el
Mediterráneo y otros productos de merchandising. A esto se le une la
pasarela que se cuela en el recinto y un juego de luces e imágenes
con una nitidez de altísimo nivel.
El
concierto comienza con una previsible Thie House Is Not For Sale y
salta la alarma por el sonido poco ajustado, sobre todo en la voz.
Esperando que esto vaya tomando el orden lógico, la banda arremete
con una Raise Your Hands que, 35 años después, hace saltar chispas
en el estadio. Los 50 000 asistentes tienen sus brazos puestos en
alto y corean el estribillo hasta desgañitarse. Pero el problema de
la voz no mejora. Es más, comienza a verse a Jon incómodo tras el
micro, agarrado a él como una lapa y haciendo unos
sufridos esfuerzos que empiezan a preocupar. Así seguiría todo
igual hasta el final del setlist. Un setlist que, junto al público
hiperagradecido, salvó un concierto que pudo haber sido mágico. Aquello fue una fiesta, pero Jon no estuvo bien a la voz. Por allí
pasaron los clásicos del Slippery When Wet como You Give Love A Bad
Name, Wanted Dead Or Alive o Livin´ On A Prayer y los del New Jersey como Born To Be My
Baby, Bad Medicine, I'll Be There For You o Lay Your Hands On Me. En
medio se incrustaron otros éxitos más tardíos como Have A Nice Day
o It's My Life y alguna balada prescindible como Bed Of Roses, una
ñoñada perfectamente sustituible por otra como Never Say Goodbye,
por ejemplo.
El
sufrimiento de Jon Bon Jovi estaba empezando a trasladarse a nuestros
cuerpos cuando le veíamos hacer gestos extraños con el ojo derecho
y cuando se le empezaron a salir las venas del cuello. Además se despistó de entrar en una de las canciones y pidió perdón a su banda. Desdibujaba las letras de las canciones con un tono bajísimo,
haciendo cortes continuamente en el fraseo con truquitos de micro muy descarados.
Pero
todo ello aparentaba no importar. La gente estaba allí para pasarlo bien y le
echó el mayor de los capotes al músico. Esto lo hacemos entre todos, parecía ser la consigna.
No
habían pasado 10 minutos de concierto y ya se echaba de menos a
Richie Sambora. Cuánta ayuda habría hecho y cuánta falta nos hizo
aquella noche.
Durante
la parte más floja del concierto, mientras esperaba por el
avituallamiento, una chica se me acercó y me preguntó qué me
estaba pareciendo el concierto. Manifesté mis quejas con el tema del
sonido y, sobre todo, la voz de Jon. Ella se encogió de hombros y me
trasladó su preocupación por la crónica que tenía que escribir al
día siguiente en su medio de comunicación (jamás me dijo cuál
era). "Intentaré no ser muy dura", me dijo. "Escribe
la verdad", le contesté; y nos despedimos.
En
definitiva, el Wanda no parece ser un estadio para la música. La
banda estuvo bien, sobre todo el desempeño de Tico Torres en la
batería o David Bryan en los teclados. Jon estuvo mal a la voz. Esto
es así, le pese a quien le pese.
Si
no llegas a las notas de antaño, lo que hay que hacer (lo que se
hace) es bajar medio tono a las canciones. Si crees que con esta
maniobra las canciones deslucen, apóyate vocalmente en el resto de
la banda. Si aún con esto no alcanzas unos mínimos, pues cierra el
grifo, tómate un descanso. Es hora de ir pensando en un retiro digno
para el recuerdo.
PD: Dejamos unos saluditos aquí para Chiqui y Marita, que también acudieron a ver a Bon Jovi.