lunes, 5 de diciembre de 2016

Necesidades irreales

Hoy en día, en una especie de yoísmo malvado, se expresa continuamente la necesidad de tener unas condiciones determinadas para ser feliz en lo personal o en el mundo laboral. "Yo necesito esto", "Yo necesito lo otro", se oye decir todo el rato, mientras se pierde el tiempo diciendo lo que se necesita.


Normalmente, esa necesidad se asocia a lo que nos debe aportar otra persona y es fruto de nuestras exigencias. Y cuando esta aportación no satisface los intereses personales de cada uno, es utilizada por una de las partes como justificación ante su propia inoperancia, que exculpa de todo a uno y acusa al otro de forma injusta. Más bien parece que lo que se busca son privilegios. Y eso no es del todo malo, pero en la búsqueda de estos privilegios se corre el riesgo de dejar por debajo a alguien, se incurre en lo inmoral e ilegal.


Lo que oculta un "Yo necesito" es sinónimo de "No sé ser feliz solo, soy dependiente", o un "No soy lo suficientemente capaz de hacer ese trabajo" o "Tengo miedo a hacerlo porque me harán responsable si sale mal" o lo que es peor, "No quiero hacerlo porque ya lo hará otro por mí".

El "necesito" es un claro signo de egoísmo, de un egocentrismo tan instalado en la sociedad actual que ya lo asumimos como algo habitual. Y en las sociedades actuales lo habitual se convierte en norma. Y la norma se acepta con resignación.


Dicen "Necesito" cuando debieran decir "Me gustaría..." o "Estaría bien si...". Y no es lo mismo, no puede decirse que lo que se quiere decir en realidad es esto último. No. A este tipo de cuestiones no se las nombra de una forma u otra arbitrariamente, gratuitamente. Un concepto de este tipo no es nombrado de esa manera por casualidad. Se le nombra así porque se siente de esa forma, porque se fija socialmente y porque es lo que se quiere decir en realidad.

Necesitar es depender y la dependencia no nos revierte normalmente nada bueno. Un ser necesitado es un error. Un ser dependiente comete errores continuamente, se frustra con muchísima facilidad y se le produce una correspondiente pérdida de felicidad.



No confundamos esa dependencia irreal, creada e infundada por el propio individuo, con la estructura social humana, con la vida social que ha formado la humanidad desde el principio de los tiempos y que sí ha sido necesaria para salvar a la especie a lo largo de la historia: la vida vivida como seres asociados, la ideal vida conjunta de personas como grupo y no agrupados. No hablamos de eso.

Ante todo debemos presentarnos como seres independientes, individuales. El individuo debe ser ante todo -y lo es- válido por sí mismo -para lo que sea, el abanico es bastante amplio- y en un segundo estadio, puede añadir complementos para mejorar, para perfeccionarse, pero nunca sentirlos como elementos imprescindibles, necesarios.

A la familia, a un padre, a una madre, a un hermano, a unos primos, o a unos amigos, o a unos compañeros de trabajo agradables con los que la labor es más llevadera, no se les necesita. Se les puede querer, añorar, reclamar, solicitar, aproximar, pedir ayuda, 
pero sería totalmente contraproducente necesitarlos. Nuestra vida puede salir adelante de forma adecuada sin necesitarlos. De lo contrario, esa vida se puede convertir en algo terrible cuando dejen de estar. Claro, que si estos están presentes, la vida es mejor, más llevadera. Por supuesto. Y hay que saber disfrutar de ello al máximo.

Pero esta necesidad no es necesaria. En realidad, no necesitamos a nadie para ser personas completas. Eso sí, si a nuestra vida le sumamos todo lo anterior se complementará y será más grande e intensa. 

¿Qué podrá aportar un individuo a su semejante si primero reclama en el otro una de sus "necesidades"?