viernes, 19 de octubre de 2012

Knights In Show Service

I remember the day that we met
I needed someone, you needed someone too…
I stole your love, ain´t never gonna let you go.

Cleveland, Ohio, 1978. Una señora, copa de vino y libro en mano, desciende hacia el salón del hogar para disfrutar del líquido dionisiaco, de la lectura y de un poco de música de fondo. Se dirige hacia el tocadiscos y elige un álbum, pero cuando la aguja toma contacto con el disco suena el riff de I stole your love de Kiss y el vino sale despedido por el susto. Su hijo había escondido el disco Love Gun en la carátula de un vinilo de The Carpenters. Tras una lucha incansable con el aparato musical, que no deja de sonar, consigue desenchufar el cable eléctrico. “¡Dios mío, Kiss, la música del diablo!”, exclama la señora.

Así comienza la película Detroit Rock City (Cero en conducta en España, una traducción ridícula como tantas otras). El film no tiene nada sorprendente salvo que seas veinteañero o te guste Kiss. Sin embargo, cuenta con una banda sonora impresionante (Kiss, AC/DC, Thin Lizzy, Van Halen, Cheap Trick o David Bowie entre otros). La cinta cuenta la locura en la que viven cuatro adolescentes desde el momento en que consiguen unas entradas para ir a ver a los Kiss a Detroit, resumiendo así la revolución que significó la llegada de este grupo a escena durante los primeros cuatro años de sus andanzas.


In the beginning… Paul, Gene, Peter y el otro Paul (Ace). En 1974 cuatro veinteañeros neoyorkinos decidieron mostrar las cuatro caras que definen a un adolescente y, transformados en El Chico Estrella, El Demonio, El Hombre Gato y El Hombre del Espacio, lanzan al mercado su primer disco homónimo. Jamás pensaron en la repercusión que iban a tener en el futuro. El maquillaje y los trajes extravagantes pueden ser objeto de burla en la actualidad, pero en aquel momento eran la bomba. Toda una declaración de intenciones que venía a moldear el emergente hard rock. Todo un trallazo que se abre con la canción Strutter, su auténtico genoma musical rematado con temazos como Cold Gin, Deuce o Black Diamond y continuado ese mismo año con el segundo vinilo Hotter Than Hell, disco que les serviría para denominarlos “la banda más caliente del mundo” y donde se plantan las semillas del thrash metal de los 80 y el grunge de los 90.



Al año siguiente, y casi sin descanso, aparece Dressed to kill, en el que se incluye uno de los himnos de la banda, Rock and roll all night, y un tema que cautivó a varias generaciones musicales y que muy pocas bandas posteriores se resistieron a regrabar: C´mon and love me. En este caso en manos de una banda con una poderosa voz de los 90.



Camino al estrellato y culminación de una etapa. En principio estos tres primeros discos no tuvieron gran repercusión comercial, pero tras el lanzamiento del directo Alive! todo cambió. La gente corrió en masa a comprar los discos de un grupo cuyo espectáculo combinaba música, sexo, rock, fuego y liberación. Con ellos sobre el escenario parece que siempre se está en Las Vegas, donde ningún drag queen puede moverse mejor que Paul Stanley sobre esas tremendas plataformas. Sus bailecitos afeminados rivalizan con los de Mick Jagger (¡Ojo, que canta y toca la guitarra!). El grupo demostró que, además del maquillaje, funambulismo, escenarios que se elevan, botas de plataforma, pirotecnia generosa, destrucción de guitarras, vómitos de sangre y fuego, guitarras lanzacohetes y otros números, había mucha música. En directo eran grandes y aún lo siguen siendo. Son leyenda viva.



Sin perder tiempo se graba Destroyer, en el que sobresalen Detroit Rock City, Shout it out loud o la dulce y triste balada Beth. Despiden el disco con una pregunta que queda en el aire, Do you love me?, para ser respondida ese mismo año en el disco Rock and roll over por el Dr. Love y el tema I want you, respaldada por una preciosa melodía cantada por El Hombre Gato: Hard Luck Woman.



A estas alturas ya se habían extendido las leyendas de que las dos eses del nombre de la banda eran un símbolo nazi (curioso, sabiendo que Simmons es judío), que el propio bajista se había injertado una lengua de vaca y que tenía un catálogo de las 4600 mujeres con las que se había acostado. ¿El tamaño de su lengua era proporcional (e inversamente proporcional) al número de sus conquistas?


Además, grupos religiosos ultraconservadores iniciaron una campaña contra ellos y consideraban que el nombre de la banda procedía de Knights In Satan Service (Caballeros Infames al servicio de Satán). Todo ello proveía a la formación musical de una publicidad gratuita y de un atractivo excepcional.

Apenas han avanzado cuatro años y ya está a la venta el sexto álbum Love Gun, en el que destaca la canción homónima, una de las preferidas por el grupo y que nunca falta en sus conciertos. En este caso acompañados de orquesta y El Chico Estrella surcando los cielos para deleite del respetable.



1978, el año de los solos. Es el momento para disfrutar del éxito que supuso el Alive II, hacer un ceda-el-paso y descansar de los compañeros para evitar fisuras. La primera estrategia es que cada miembro grabe su disco en solitario donde muestren a la armada de seguidores sus gustos particulares fuera del grupo. Paul y Ace siguen en la línea del hard rock, Peter se orienta hacia el rhythm and blues y Gene produce un disco ecléctico lleno de colaboraciones. El que mantuvo la nota fue Ace, pero en realidad los cuatro álbumes pasaron sin pena ni gloria. La segunda estrategia era grabar una película, Attack of the Phantoms, donde sus personajes aparecieran como héroes, pero en realidad quedaron como payasos.

La llegada de la música disco. Christine, una fan de la música disco en la película Detroit Rock City, y un guiño a la canción del mismo nombre, sirve de premonición a lo que Kiss estaban destinados. Los protagonistas se escandalizan cuando la chica trata de convencerlos de que la buena música no tiene nada que ver con el género al que pertenece y que a lo mejor Kiss acabarán haciendo una canción disco. Y así fue. Kiss sucumbió a esta música, no pudo ni quiso esquivarla. Era inevitable habiendo grabado todos esos años en la glamurosa Casablanca y encontrándose por los pasillos a Donna Summer, The Village People o Cher (novia por un tiempo de Gene Simmons, por cierto). ¿Se aprovecharon del momento para vender más discos? Probablemente, pero supieron fundir las bases rockeras con los mejores movimientos de cadera. Los fans de toda la vida fruncieron el ceño, los discotequeros abrieron la boca de entusiasmo, pero al final todo el mundo quiso a Kiss. En realidad, solo tres temas De Dinasty estaban provistos de esta influencia, de los cuales I was made for lovin´ you baby y Sure know something aumentaron la fiebre del sábado noche.

Apaguen las luces generales, enciendan las de bajo consumo, cúbranlas con una camiseta roja y salten al medio del salón. ¡A bailar!



La melodía, la letra y el movimiento de cabeza típico de Peter Criss no tienen precio.



1980. Unmasked: continúa la fiesta pero se inicia un declive. ¿Se habrían quitado el maquillaje? No, aún no. Kiss abrazan el AOR, tocan de refilón el pop-rock y continúan tonteando con los acordes de la música disco. Una extraordinaria línea de bajo y unos teclados patentes a lo largo de toda la grabación hacen que nos mordamos los labios de gusto.



Después de este disco, Peter Criss, que prácticamente no había participado en el proceso de grabación debido a sus problemas personales con el alcohol, se marcha y es sustituido por Eric Carr, El Zorro.

Music from the Elder supone una vuelta de tuerca más, pero con resultado muy diferente. Se trata de un disco conceptual orientado a lo sinfónico-progresivo y con letras algo alejadas de la típica temática kisseana, que acabó en un pequeño fracaso comercial y con la salida de Ace Frehley de la banda, descontento con la orientación creativa del grupo. Vinnie Vincent, El Mago, sería el sustituto para los dos siguientes álbumes.

Surfeando sobre la ola: los 80 tienen nombre propio. El estilo de Creatures of the night, Lick it up y Animalize se une sin ninguna dificultad a la nueva ola británica metalera. Los más allegados a este género descubrieron sin temor a burlas sus coloridos vinilos maquillados de blanco y negro que escondían camuflados entre los de Judas Priest y Def Leppard. Cuando en España aún echábamos de menos los capítulos de Naranjito y al Pelusa, la MTV (que por aquella época todavía emitía música) encendió la curiosidad: tras 40 segundos del vídeo de Lick it up, por vez primera la banda aparece desmaquillada. Pero la verdad es que para la pinta que tenían sin maquillaje, mejor se lo podían haber dejado puesto. Aun así consiguieron que todos coreásemos durante esa década temas como Heaven´s on fire: Uouououououuuuuu!



Asylum, Crazy nights y Hot in the shade consolidan a Bruce Kullick como guitarrista, que no adopta ningún alter ego. El Mago había desaparecido tras un hechizo. La banda sigue desenmascarada y centrada en el glam metal hasta alcanzar los 90 y obtienen un número 1 con su balada más exitosa, escrita por Paul Stanley y Michael Bolton.



Tras la muerte de Eric Carr en 1991, Revenge no se despega del estilo que viene siendo habitual hasta la fecha. El disco constituye todo un homenaje a la figura de El Zorro, donde destacan las canciones Every time I look at you y God Gave Rock'n'Roll To You II. Carr es sutituido por Eric Singer, un experimentado músico que había tocado con Black Sabbath, Alice Cooper o Brian May y que desentonaba físicamente con el resto del grupo: Singer era rubio y de ojos azules. ¡Ay, las cuestiones de imagen! Aun así, gracias a su gran talento con las baquetas y su carisma, revive la figura felina de Peter Criss. Se edita el Alive III y el obligatorio MTV Unplugged. Es en esta última actuación donde Peter Criss y Ace Frehley reaparecen después de muchos años para enloquecer a la gente. La reunión de los auténticos personajes se veía venir.

El beso de Judas: Paul no parece muy contento ni muy cómodo con la situación.

   
Cambio de costa: el oeste de camisa de leñador gana la partida. El último álbum antes de la esperada reunión produjo una desavenencia entre Gene Simmons y Paul Stanley, los capos del grupo, que terminó con el tácito acuerdo de que ninguno participaría en las composiciones del otro. Un material lleno de introspectivas letras sobre el desencanto social, con unas guitarras tono y medio más bajas y oscuros y pesados riffs muy cercanos a los de Alice In Chains. Con este panorama y ya organizada la gira de reunión de la banda original, si no hubiera sido por la inesperada circulación ilegal de las maquetas de estudio, Carnival of Souls: The Final Sessions jamás hubiese visto nunca la luz. Pero aunque la grabación no contenga el sonido clásico de Kiss, es una auténtica gozada para los oídos más alternativos. Seguro que las delegaciones mundiales de la Kiss Army no están de acuerdo.

Se finaliza la gira que contó con más de 200 conciertos. Siguiente paso: al estudio para grabar. Aunque Frehley y Criss aparecen en los créditos de Psycho Circus, prácticamente no participaron en el proceso de grabación. Todo era una estrategia comercial para alcanzar los objetivos ya que, si hay una banda que ha sabido manejar el marketing y mezclar mito y realidad para llegar a lo más alto, esa ha sido Kiss.

En los inicios del siglo XXI, Criss y Frehley se marchan; regresa Eric Singer y se incorpora Tommy Thayer. El resto de la década la dedicaron a girar por el mundo (incluyendo la espectacular grabación en directo de Kiss Symphony: Alive IV con la Orquesta Sinfónica de Melbourne), a estrenar la película Detroit Rock City, a producir un luchador que llevaría un maquillaje inspirado en el de Simmons… Pero nada de nueva música.

En los discos siguientes de Kiss (Sonic Boom de 2009 y Monster de este mismo año 2012) no hay nada relevante que destacar, salvo que la presencia de Gene Simmons y la voz de Paul Stanley se muestran imperecederas, como si no hubiese pasado el tiempo por ellos. ¿Qué más le podemos pedir a una banda con 28 certificaciones de oro?

En mayo de 2011, Kiss anunció que el crucero Kiss Kruise zarparía en octubre para fondear los mares de Las Bahamas. La Kiss Army Fan Club se convierte en la Kiss Navy para disfrutar de un crucero temático en la que se incluye una fiesta de Halloween, una rueda de prensa de la banda, dos conciertos (uno en acústico) y las actuaciones de otros artistas invitados. Debido al éxito alcanzado, la banda hará un pequeño paréntesis en su gira para repetir la experiencia a finales de octubre de este año, para luego continuar con “The Tour” junto a Mötley Crüe. Uouououououuuuuu! Nuestras plegarias se hacen sonar todas las noches para que traspasen el Atlántico y luego los Pirineos.




lunes, 1 de octubre de 2012

La parte más segura (cuento)


Posiblemente, antes de subirme a un avión, me pensaré dos veces dónde sentarme. No puedo dejar que me pase de nuevo lo mismo.
El mayor problema en los vuelos interinsulares es que el pasajero puede sentarse donde quiera. Aunque parezca todo lo contrario, esta libertad es un arma de doble filo. No sé si se trata de una excusa o una decisión fatídica. Lo cierto es que siento una necesidad imperiosa de relatar lo que me sucedió hace ahora algunos meses, aunque ello tenga para mí la peor de las consecuencias posibles.
Tres meses hacía ya que estaba ausente de mi isla natal por motivos de trabajo. Esto nunca supuso un problema para mí, pues siempre tuve un espíritu aventurero y ahora estaba realizando alguno de aquellos sueños que tenía sobre viajes.
El caso es que volvía a mi isla después de tanto tiempo y esto produce siempre una cierta inquietud. Hablo de la vuelta al origen o a la semilla. Ustedes me entienden.
Creo que el problema empezó desde la mañana, aunque yo no me di cuenta hasta días después. Había retirado el billete de avión casi con un mes de antelación para poder escoger un día y horario adecuados, para poder salir a modo de despedida la noche anterior con los compañeros y poder dormir hasta las diez de la mañana.
Pues bien, a eso de las ocho menos cuarto de la mañana mi vecina cubana ya me había despertado de un sueño lujurioso, en los pocos que navego, que tuve que acabar cuando llegaba a lo mejor. Me había despertado, decía, con su música caribeña: “¡Luna, luna, luna, sabes que te quiero!”. ¿Quién coño sería esa Luna de los cojones?
Perdoné a mi vecina unos minutos más tarde porque recordé quién me alegraba la vista por las mañanas cuando iba a trabajar: aquel inmenso culo que bajaba la calle de un lado a otro a ritmo de salsa y merengue. Y con este recuerdo me quedé dormido sin que mis oídos pudieran percatarse de los campanazos del despertador.
Solamente faltaba una hora para hacer la maleta, pedir un taxi y llegar al aeropuerto. La cabeza me iba a explotar. La última copa que nos habíamos tomado la noche anterior bajo la bendición “arriba, abajo, al centro y pa dentro” había sobrado y ahora estaba pasando factura.



Tiré dos pantalones, cuatro camisas y tres calzoncillos en la maleta como pude. Metí el billete en el bolsillo del pantalón mientras llamaba al taxi y le daba mi dirección. No me dio tiempo a desayunar y al entrar en el taxi tropecé y caí en brazos del taxista como si fuera su pequeña esposa. Una breve explicación entre suspiros forzados bastó para que el experto conductor me entendiera y así llegásemos al aeropuerto.
―Vaya, ni un carro libre―. Necesitaba urgentemente vociferar contra aquellos guiris con caras coloradas sonrientes que se aglomeraban delante de los mostradores de facturación. Fue con ellos con quienes me tropecé primero.
―Vaya corriendo a la puerta número 3. El avión despegará de un momento a otro. Dese prisa.
Corrí como si me persiguiese el mismo diablo y al pasar por el control policial el guardia civil me dijo con la mano que me calmara. Le di la tarjeta de embarque a la azafata y entré al avión.
Llegué al aeropuerto de la isla de trasbordo, dormido, con la cabeza pegada a la ventanilla. Tenía el cuello hecho polvo. Allí tendría que esperar unos 45 minutos a otro avión que me llevaría por fin a mi destino.
Cuando fui a sentarme en la sala de espera, sentí un bulto en el bolsillo de mi chaqueta. Era el libro que había preparado para hacerme el viaje un poco más agradable. Mientras estuve inmerso en la lectura me olvidé del dolor de cabeza. Luego me dediqué a uno de mis pasatiempos favoritos: observar a las personas y las situaciones que crean. Suelo hacerlo con la mayor discreción posible. ¡Cuánta gente guapa se ve en los aeropuertos! Pues, aquel día no había el más mínimo rastro de esa gente. Siempre me entretengo observando a la gente que viaja conmigo: el niño que le pregunta a la madre si ya nos vamos, la señora con abrigo hasta los pies que no se suelta del brazo de su marido ni para comerse el bocadillo, el equipo de fútbol que se suele sentar en la cola del avión como si fuera en la guagua de la excursión del colegio y que no paran de incordiar durante todo el viaje e, incluso a veces, una chica con ojos inquietantes que me mira con disimulo de los pies a la cabeza como con ganas de quitarme la camiseta. Bueno, eso me parece a mí. Quizá sea yo quien la mire así a ella.



En esta ocasión se presentó ante mis ojos lo que me pareció una pareja de indigentes. Con sus billetes en las manos se apoyaron en la columna, enfrente de la pareja de la guardia civil. Se hablaban dando gritos como si la columna que separaba sus espaldas fuera una pared insonorizada. El hombre se rascaba la espalda en la columna y, en su balanceo de un lado a otro, tuvo dos intentos de caerse al suelo. En ese momento pensé que a aquel hombre le sobraba diariamente la bendición alcohólica con la que me despedí de mis compañeros la noche anterior. Es curioso, el que hubiera en ese momento alguien en peores condiciones que yo me hacía sentir mejor.
Preguntaban a todo el mundo por dónde se entraba al avión. La gente se tapaba con sigilo la nariz cuando se acercaban. Imaginé por qué.
Después de que nos recordaran varias veces que por nuestra propia seguridad nos mantuviésemos cerca de nuestros equipajes en todo momento, nos invitaron a pasar por la puerta 2. No vi entrar a la pareja de indigentes que había estado formando el alboroto en la sala de espera.
Antes de entrar en el avión vi cómo tiraban mi frágil maleta contra los otros bultos rígidos y se oyó un chasquido de cristales rotos. Mi frasco de perfume, pensé. Le eché una de esas miradas al maletero con la que adjudiqué diversos adjetivos a su pobre familia.
―Buenos días ―la azafata arrastró la ese final como si fuera a cortarme el paso.
―Hola ―rompí la barrera con mi bolso de mano.
Me coloqué en el primer asiento del morro del avión porque dicen que es la zona más segura. Nunca he entendido qué quieren decir con eso.
Cuando todos estábamos colocados en nuestros asientos, oí unas voces que me resultaban familiares en la cola del avión. Me giré y vi a la famosa pareja del aeropuerto, la de la columna. La azafata les indicaba que buscaran un asiento libre y ellos se gritaban para traducirse el sentido de aquellas indicaciones. La mujer se sentó rápidamente en la cola del avión. El hombre siguió adelante sin encontrar un sitio libre. Cuando me acomodé en mi asiento para abrocharme el cinturón, caí en la cuenta de que el asiento de al lado estaba libre. Mis ojos buscaron desesperadamente al hombre, que seguía con su torpe paso avanzando. Dios mío, pensé, no me lo puedo creer. Y miré a los pasajeros más cercanos con cara de pedir ayuda.
La azafata lo acomodó a mi lado como pudo y salió corriendo a dar las instrucciones de las salidas de emergencia y los chalecos salvavidas. El hombre se giró, pero no pude saber si su mirada extraviada se dirigía a mí; apuntaba a varias direcciones. Dio un bufido y la cabeza se le cayó al otro lado.
La azafata se sentó delante de nosotros para realizar el despegue. En cuanto se iluminó el indicador salió corriendo de nuevo para repartir la prensa y las chocolatinas. Todos habían abierto el regulador de aire a tope. Cualquiera de los mortales que pueblan este planeta ha sudado alguna vez y sabe cómo huele. Pero pocas personas conocen el olor de varios días de sudor y sin una ducha desde hace varias semanas. Pues bien, yo fui uno de esas desafortunadas personas.
En pocos minutos el aire del avión quedó enrarecido. Pero no estoy diciendo que nos hubiéramos acostumbrado al olor. Eso fue imposible. El dolor de cabeza me volvía ahora con más fuerza y abrí mi libro para entregarme a sus páginas salvadoras. Todo fue en vano. Deseaba con todas mis ganas que aquel aparato aterrizase cuanto antes.
El tipo, aquella especie de Quasimodo maloliente, se quedó dormido y comenzó a roncar como una bestia. Su cabeza se balanceaba como una pelota de goma y, a modo de culminación de la faena, se tiró un pedo al que nunca pensé sobrevivir. Sentí cómo mi cuerpo era poseído por algo que se apoderaba poco a poco de mí. Comencé a ver a los pasajeros como en un segundo plano, centrando el primero en aquella masa amorfa y fétida que estaba a mi lado. Lo coloqué en el centro de mi radar justamente cuando el avión realizaba la maniobra de aterrizaje. Mis movimientos eran cada vez más lentos. Creo que eran algo robóticos. No podía permitir que aquellos individuos entraran en mi pequeña isla así como así. Esa era la directriz que se posó en mi cerebro.
Estábamos en la cinta de equipajes esperando, cuando vi que el objetivo se dirigió al servicio más cercano. Todo transcurrió en unos segundos. Atravesar la puerta del baño y machacarle la cabeza contra la pared fue más fácil de lo que hubiese imaginado nunca. Me lavé las manos y la cara para exorcizarme y salí a las cintas de nuevo con una tranquilidad pasmosa. Mi dolor de cabeza había desaparecido. Recogí la maleta y salí donde me esperaba mi familia. Besos, abrazos y preparados para dirigirnos hacia el coche.
Antes de salir de la terminal del aeropuerto me di la vuelta hacia las cintas y vi cómo la mujer de Quasimodo daba gritos buscando a su pareja.
Al día siguiente leí en el periódico que dos individuos habían sido ingresados en el hospital insular. El varón con un traumatismo craneoencefálico, la mujer con una crisis nerviosa. El hombre no recordaba exactamente lo que había sucedido y la policía dictaminó que, a causa de su embriaguez, se había caído accidentalmente.
Me sentí aliviado y culpable a la vez. Pero él debió saber que nunca tenía que haberse sentado delante, en la parte más segura del avión.